Secretos de un cazador de plantas

O llega pronto la primavera (hoy me quedan exactamente 41 días) o los posos de café me van a echar de casa. Los guardo como abono aunque sé que su acidez (La Mexicana, Arábica, Café de Navidad) podría hacer daño a las raíces de mis plantas si supera el 15% del volumen del cepellón. Dos cucharadas soperas es la medida ideal, excepto para la Hydrangeas (la hortensia esa que se llama como tu tía), que a esa le gusta mucho el café.

Los cazadores de plantas podrían ser una nueva tribu. Lo cuenta Jane Perrone en el Financial Times: “Me he convertido en una cazadora de plantas. Y no soy la única”. Si, como a mí, te gusta la cultura verde, primero habrás empezado por rastrear viveros y tiendas de barrio y a la que te descuidas, descubres que la red de redes está ahí para ayudarte, para enredarte, y que hay otros cazaplantas más obsesionados que tú, y pronto te verás picado con ellos a poco espacio que tengas en casa.

La globalización nos ha puesto a todo el mundo al alcance de un click. El podcast de Perrone, On the Ledge –En la repisa– lo atestigua. Los cazaplantas utilizan las alertas en eBay y le han facilitado a Amazon un par de pistas de big data para el equipo Bezos (disculpe el lector pero en este artículo no me resisto a bautizarle Jeff “Brezos”), les encuentre rarezas.

Déjate de prejuicios, comprar plantas en Amazon no es raro. Piensa un poco: Amazon viene de “Amazonia”, el bosque tropical más grande del mundo. Una de las plantas más buscadas en la red es la Begonia Darth Vader (Begonia Darthvaderiana), nativa de Indonesia, y apodada así por el negro de sus hojas. Me pregunto si en Star Wars o cualquiera de sus secuelas o precuelas aparece una sola planta.

Otro caso la Philodendron spiritus-sancti (de Espíritu Santo en Brasil) que cuesta la friolera de 1.450 dólares o la Sansevieria Bantel. Con maceta de plástico, qué te pensabas.

Los cazadores de plantas ya son una categoría propia para el frío algoritmo de Google. Los que antes la literatura nos los dibujaba como científicos con salacot (mi recuerdo más sentido a la familia de Félix “Capitán Tan Tan” Casas), ahora en el siglo del blockchain nos los dibuja como un Padre Vicente Mundina 3.0.

Para arropar a esta nueva tribu han aparecido también las guarderías de plantas, que te ayudan a cuidarlas cuando te marchas a Illetes a hacerte unos selfies como si Formentera fuera tu hábitat natural, o si te ha dado por comprar una planta rara y cuando Amazon te alerta de que está a punto de llegarte a casa una Monstera Deliciosa te da miedo que una corriente te la constipe o que tu gato se la zampe para purgarse porque ve poco y la confunde con una “hierba gatuna vulgaris” (Nepeta cataria).

Si quieres ayuda, pásate por Planthae en Madrid. “Asesora de plantas… ¿Dígame?”, así puede descolgarte el teléfono cualquier día de estos Elena Páez que se gastó la indemnización de un despido en montar en la parte baja de Doctor Fourquet la tienda Planthae.

¿Es una tienda, es una librería, es un vivero, es un bareto…? Es el refugio de Elena y sus clientes-amigos que saben que allí se puede llevar plantas malitas para que las curen, o pasarse a darle a la sinhueso un buen rato. El País la entrevistó esta semana: “Lo que no hay es business plan”, decía en referencia a la economía de superviviencia en la que ha echado raíces. Yo hubiera escrito, «lo que no hay es business plant«.

Para iniciarte en la cacería vegetal te recomiendo también Plantsnap, mi aplicación favorita como cazaplantas. Que voy por Malasaña y me fijo en un balcón ‘eco’, sacó la cámara del Iphone 11 Pro, escaneo la maceta, y la aplicación me dice su nombre y cuánto cuesta.

“Donde la naturaleza y la tecnología viven en armonía” es el claim de la app. Un secretillo, este escaneador de plantas se lleva muy bien con Vivino, la aplicación que escanea etiquetas de vinos. Por supuesto que Plantsnap quiere venderte plantas y Vivino botellas, pero os aseguro que las dos son informan antes de vender.

Si lo tuyo es más de estómago, te dejo otra pista también en Madrid. “¡Aquí hay tomate!” es el grito favorito del navarro Igor Lorenzo que, con su gorra oficial de hipster -sí, esa que lleva una carta con un gallo en el frontal-, lleva cuatro meses recibiendo adictos a la nicotina que tiene el tomate en El Colmado del Tomate (Santa Barbara 8) que presume de ser “la primera tienda de tomates del mundo”. Es cierto, cuate, a la globalización se le escapan cosas, te lo digo yo.

Artículo publicado en El Español por Andrés Rodríguez

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