Siempre supe que llegaría este momento. Silbo El puente sobre el río Kwai mientras redacto estas líneas cerca de Corleone (Sicilia), para muchos la capital del mundo. Y pienso en los 3.000 periodistas que cada verano se licencian en España. Qué cojones le echan. A menudo, lectores con hijos me dicen con consternación: “Mi hijo lee Esquire y quiere ser periodista”. Y yo siempre contesto lo mismo: “No hay de qué preocuparse. Si lo quiere de verdad, lo será”. Pero, quizá sí que haya una preocupación si confundieron ser periodista con ser tertulianos o con viajar en primera invitados por un anunciante. Porca miseria.
Cada día se me retuercen las tripas cuando mi correo escupe mails con las siglas CV. Contesto a todos, pero es imposible desbrozar motivaciones entre las hinchadas experiencias de una vida laboral. Y en esto llegó Esquire, que en apenas tres años y medio se ha convertido en la revista donde hay que estar. En la que hay que publicar. Que hay que leer. Seas hombre o mujer. Esquire es además la revista donde pescan nuestros competidores cuando se quedan sin ideas, cuando se les olvida que no es mejor pescador el que se compra la caña más cara. Y que el periodismo como oficio pertenece a la lógica de las tres P: Putas, policías y periodistas nunca son lo que parecen, porque los tres engañan a sus clientes. Con gemidos, con la porra o con la máquina de escribir, pero todos son fi eles al venerable juramento del descreimiento. Y si se toman la vida demasiado en serio, la cagan. Se enamoran del cliente, los pillan en asuntos internos o se creen que todas las revistas (para hombres) son iguales. Y por dinero te cantan la Traviata y te harán creer que no hay nadie más en el público que tú.
En este nuestro cuarto verano y sin pretenderlo, en apenas 43 números hemos creado una pequeña pero brava escuela de periodistas, de estilistas y fotógrafos, de gentes del marketing y vendedores de anuncios que pasan por Almirante, comparten comuna y cambian de rumbo cuando la vida, a veces tramposa, les sonríe. El viejo Esky se atusa los bigotes satisfecho porque sabe que esta revista que fundó Arnold Gringich en 1933 como la primera publicación masculina del mundo, nunca rompe el cordón umbilical con sus hijos. Suerte, polluelos. No os olvidéis del periodismo, que es como fingir un orgasmo o aceptar una mordida. Tan sólo un puñado de trucos para embelesar al respetable, pero que si los haces mal, el cliente no paga el servicio y vas a la trena.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez