De haber sido inventor, al menos aprendiz del querido profesor Franz de Copenhague (al que leía de chiquillo en el TBO), me habría gustado presumir de haber pergeñado el Esquire, pero eso ya lo hizo Arnold Gingrich en 1933 y por eso le honramos en nuestra mancheta. He estado pensando en qué grandes inventos de la Humanidad me hubiera gustado participar y he acabado confeccionando esta lista, en la que coloco entre paréntesis a los hombres a quien debemos tales méritos:
Por ejemplo, el single de 45 revoluciones (obra de Emil Berliner), la cerveza Mahou (del francés Casimiro Mahou), la Leica (Oskar Barnack), las guías Lonely Planet (Tony Wheeler, que ahora se las ha vendido a la BBC), el sensurround (Richard
J. Stumpf), el walkman (el alemán Andreas Pavel tardó 25 años en que le reconocieran su patente), el Nautilus (Julio Verne/Nemo), los Ramones (Douglas Colvin, alias Dee Dee Ramone, usando el seudónimo con el que McCartney se registraba en los hoteles), las Wayfarer (Ray Ban), el skateboard (Alan Gelfand), las galletas Chiquilín (Artiach), la Triumph Bonneville (creada para celebrar que Triumph batió el record de velocidad sobre motocicleta en el famoso desierto de sal de Bonneville), la baraja de Familias de 7 países (J. Luis López Fernández), el I Love NY (Milton Glaser, en 1975), la stratocaster (Leo Fender), el parchís (Akbar el Grande)… y otros muchos, sin autor reconocido por la Wikipedia, serían patente de mi devoción, como el mus visto, la teletienda, la mostaza de Dijon, el speaker’s corner, el libro de bolsillo, los corticoles, el llaud menorquín o el dry martini.
No se me ocurre tampoco apropiarme del fútbol moderno, al que desde Esquire reconocemos como autor a Hendrik Johannes Cruijff, alias Johan Cruyff, el hombre –por ejemplo– que inventó el penalti indirecto (búsquese en YouTube). Bienvenido, maestro.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez