Me presento a las elecciones. Es una exageración claro, un recurso para que me leas. Quién se presenta es Juan Caño, periodista con 50 años de oficio, con un historial profesional que haría, por extenso, que me quitaran esta columna, pero del que yo quiero reseñar que fundó El Caso y Dunia, fue corresponsal de Efe en Londres y Washington, vicepresidente de Hachette además de profesor universitario.
Me reclutó en un funeral, que es donde se encuentran los vivos, en el funeral del editor de El Economista Alfonso de Salas, al que respeté y quise porque sentí que el me respetaba y recibí su cariño. Caño, en una de las bancadas de atrás, sacó un papelito del bolsillo y me dijo: “Tú estás muy ocupado no podrás ayudarnos”. Me rebelé ante el rejonazo y con respeto de las formas que exige estar en el templo sagrado (San Francisco de Borja. Serrano 104). “Juan no tengo bolígrafo aquí, pero cuenta conmigo”.
Tras la misa, fotografiada a la salida por los “foteros” de Amador G. Ayora, di un paseo con mi compadre Antonio Lorenzo para acabar con nuestros huesos en la esquina más salada del barrio de Salamanca, la que regenta el incombustible Jesús Velasco en el restaurante de cortinillas Amparito Roca frente a la embajada italiana.
Amparito fue el restaurante más gourmet de Guadalajara, que no me parece a mí título pequeño, pero su dueño se vino a Madrid y allí era donde invitaba Salas a los recién llegados al mundo de la edición como el que escribe. “Ya sabes qué vino poner” le dijo Alfonso al chef la última vez que comimos cuando hablamos de sus andanzas con Pedro J., cuando me recriminó “deberías haber invertido en El Economista, te habríamos tratado muy bien”. Y allí nos bebimos mi hermano Lorenzo y yo un copazo lleno de Montecastro, el vino de Salas en homenaje al finado y a la salud de los vivos. Pruébenlo, templa el alma.
Vivo cerca de la Asociación de la Prensa, Juan Bravo es una calle que me cae bien por sus honores comuneros a los que cantó el Nuevo Mester de Juglaría y por su bulevar de quioscos y tabernas, pero siempre vi el esquinazo de la Asociación como un edificio triste, casi soviético, inerte, yo que entiendo el periodismo y la edición como un chisporroteo de petazetas.
He aprendido muchas cosas de Juan Caño, en la distancia y él lo sabe porque se lo he dicho muchas veces. En la cercanía aún he aprendido más. Envidio malamente que su despedida profesional (la de Hachette) fuese en un circo, vestido de payaso, porque ahora no tiene mérito alguno que yo diga que de no haber sido periodista habría sido clown.
¿Qué haremos si ganamos? Si gana Juan, quiero decir. Inyectarle a la Asociación de la Prensa vida e ilusión, dignidad y compañerismo. No es que no lo hayan hecho otros antes, sino que ahora nos vemos con fuerza de hacerlo nosotros. Compañeros como María Rey, Francisco Javier Olave, Miguel Ángel Noceda, Mónica Tourón, Javier Galán, José Francisco Serrano, Isabel Acosta, Nemesio Rodríguez, Carmen Enríquez, Maite Antona López, Cristina de Alzaga, María Llapart, Lucía González, Luis Ayllón, Karmentxu Marín, Amancio Fernández, Margie Igoa, Natalia Escalada, Luis Fermín Moreno, Rosa Villacastín y Ana García Lozano están a abordo. Me siento un aprendiz entre ellos.
Grandes profesionales nos han dado su aval, “por un periodismo veraz, digno e innovador”. Con todo el respeto para la candidatura con la que competimos.
Compañeros, tenemos ganas de que nos voten. Gracias.