Por qué no voy a odiar a Woody Allen, ahora

La lapidación es un método de ejecución. Está en desuso, como el garrote vil y la guillotina. La lapidación garantiza una muerte lenta. El ajusticiado puede soportar decenas de pedradas y no fallecer de inmediato. La técnica de la lapidación utilizaba una tela para que el condenado no viese la llegada de las piedras, y que tampoco “sufriese” con la cara de inquina de los verdugos en el lanzamiento. En el Antiguo Testamento la lapidación aparece en varias ocasiones.

Woody Allen está siendo lapidado. No hacen falta piedras para lapidar a alguien en las redes sociales. Tan solo hace falta un hashtag. ¿Lo merece? Será difícil de averiguar.

No voy a odiar a Woody Allen (82) porque no odio a nadie. Y así podría empezar y acabar este artículo, escrito para añadir un par de troncos más al rescoldo del publicado ayer en este periódico por Lourdes Garzón, titulado con ironía: Woody Allen, el hombre al que usted debería odiar ahora. Poco puedo añadir al artículo de Garzón, que recomiendo lea antes que este, tan solo una reflexión personal.

No hay creación sin desequilibrio. La gente perfectamente normal, sin extenderme en que lo que aquí entendemos por normal a menos de diez horas de avión no lo es tanto, es poco creativa. Pasolini no era normal. Dalí era de todo menos normal. Michael Jackson no era normal. Pasolini, Dalí y Michael Jackson han cambiado lo que somos. Nos han hecho mejores. Mozart no era normal. Fellini no era normal. ¿Era Frida Khalo una mujer normal? Cuentan que Picasso era un depredador. Lo que no es normal puede ser anormal pero también es extraordinario. Sin lo extraordinario nuestra vida sería mediocre.

Asumido que la obra de todos estos hombres y mujeres fuera de la norma nos ha hecho más ricos, ¿dónde se encuentra el límite? La respuesta es sencilla: en la ley, que es la norma que todos nos hemos impuesto para convivir. El cumplimiento de la ley lo vigilan los jueces. Una opinión pública justiciera se está entrometiendo. Los periodistas no somos jueces, los comentaristas y articulistas no somos jueces. Un tweet no es una sentencia, es una opinión. Tan valida o inválida como está que ahora lee usted, pero tan solo una opinión más.

¿Qué es ser normal? Lo normal es lo que le rodea a uno. Cada uno considera normal el entorno y las reglas con las que fue educado y convive y las más lejanas a su epicentro las tilda de anormales. Algunos chinos escupen en el suelo en público, otros se duermen en los restaurantes entre plato y plato. En algunos países se eructa después de comer, los indios comen con la mano izquierda, hay hindúes que se cuelgan piedras del falo para anular su sexualidad, hay monjas de clausura, hay tribus polígamas y matrimonios por conveniencia en el delta del Ganges. ¿Es normal? Entre 7.200 millones de seres humanos hay miles de millones de formas y deformaciones. Si quieren más chascarrillos matricúlense en antropología.

¿Sufre Woody Allen con su enésimo linchamiento, o está escondido bajo su caparazón de anciano? ¿Es esta columna una defensa intelectual de su obra escrita desde la progresía? ¿Estoy mirando hacia otro lado? ¿Escribo desde el relativismo moral? Claro que estoy mirando hacia otro lado, hacía el lado de mi estantería en la que conservo el legado, que durante 45 años nos ha hecho mejores porque nos ha ayudado a entender que nuestra neurosis es parte de nuestra imperfección natural y que la imperfección es bella. ¿Defiendo entre líneas que podría perdonar sus “posibles” abusos a una menor? Claro que no, joder. Primero porque no sé si sucedieron. Eso que lo diga una juez. Y segundo porque solo soy un espectador de su filmografía y un lector de sus libros. Nada más.

¿Sabía Allen que Ronan Farrow (@ronanfarrow) no era hijo suyo sino de Sinatra? Parece que no. ¿Se comportó como si lo fuera? Y qué sé yo. Qué sabemos. No sabemos nada de la vida privada de las personas. Todos somos uno en público y otro en casa. Allan Stewart Königsberg parece una persona muy privada. La documentación sobre su vida personal es escasa. Desde luego que es apasionante ir a cenar con los amigos y conversar mientras te acabas un Alion del 92 sobre si estás a favor o en contra de su conducta. Esta misma escena sería perfecta para algunas de sus pelis. Revisa Celebrity (1988 Joe Mantegna, Winona Ryder, Kenneth Branagh) por ejemplo. Omar Khan escribió en El País la crítica de aquella película: “Irónica exploración del fenómeno de la fama”.

Lo que no parece tener discusión es que es mejor una sociedad que se enriquece con este tipo de creadores, que viven fuera de la norma, en un filo que ni usted ni yo podríamos vivir. ¿Es mejor Woody allen que su ex Mia Farrow? ¿Se trata de una venganza? No es esa la trama de este artículo. Este artículo lo único que pretende es que lea usted la columna de Lourdes Garzón, y pedirle que si no ha visto la filmografía completa de Woody Allen que deje lo que está haciendo ahora mismo y se ponga raudo a verla. Que luego se lea sus libros. Sus entrevistas. Que escuche todo el jazz que encierran sus películas. Que no deje de ver Woody Allen, el documental (2011) . Y después intente, si le quedan ganas, que quizá no pueda más, saber algo más del hombre. Lea la carta que escribió, Woody Allen Speaks Out en el New York Times el 7 de Febrero del 2014. El próximo miércoles se cumplirán 4 años.

Y tras esto, que le llevara un par de meses. Entonces fórmese una opinión. Y si como me dijo una amiga por “esemese” hace unos días: “ya no puedo ver sus películas igual, desde que sé de qué le acusan”, pues está usted en su derecho.

Personalmente deseo con todas mis fuerzas que Allen sea una persona íntegra. Pero no más de lo que lo deseo que lo sea usted o lo intento ser yo. No soy nadie para opinar sobre si su matrimonio con su hijastra es moralmente repudiable.

Tuve la ocasión de felicitarle en su ochenta cumpleaños a voz en grito en el Hotel Carlyle el martes 1 de diciembre de 2015. Fui a verle tocar. Y lo hice de corazón. Lo recuerdo como uno de los momentos más felices de mi vida. Desde el más profundo de los agradecimientos a su trabajo como creador, grité a todo pulmón, ¡Happy birthday Woody! Todos le aplaudieron, y él se aferró al clarinete desde su misantropía y su neurosis. Y me dio la impresión de que sentía miedo.

Artículo publicado en El Español por Andrés Rodríguez

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