Pasta de papel

No sé si sé vender revistas (creo que sé hacerlas), pero he vendido papel. Al peso. Hace muchos años ya. Lo ataba con una cuerda de pita, lo cargaba al hombro y me lo compraban al peso con una balanza romana. Al carbonero del barrio le daba lo mismo que fuese El Alcázar o El Caso; el Ya o el viejo diario Pueblo. Pagaban muy poco, pero era una millonada para un chaval que necesitaba unas perrillas para hacerse con una tienda de campaña con doble techo.

Ha llovido mucho desde entonces. Para todos. Y da la sensación de que los periodistas, los editores e incluso vosotros, los lectores, necesitamos un doble techo que nos proteja del aguacero económico. Muchos compañeros de oficio están cayendo como moscas por un negocio afectado por la reconversión industrial. Pero a nosotros nos gusta la celulosa. Como a otros muchos.

Norman Foster le construyó a la Hearst en la neoyorquina calle 58 un rascacielos de oficinas para sus revistas; Elena Ochoa (su esposa) ha transformado un infecto garaje a espaldas del Bernabéu en una galería y librería ultrafashion (la Ivory Press Arts and Books). Alguien decía por ahí que las revistas somos la alta costura y que la Red es el prêt-à-porter. Suena bien.

Enamorados del papel (el nuestro es un Mate. Gallery Silk 90 gr. M-Real), decidimos entrevistar a Juan Luis Cebrián (periodista, magnate de los medios y hombre poderoso, además de mi ex jefe); a su vecino (el bloguero Martín Varsavsky); a un hippy de Internet (el fundador de la Wikipedia); al último Premio Cervantes, e incluso a un Polanco outsider que edita libros y es vecino nuestro.

Cada uno lo ve a su manera. Aunque al menos todos coinciden en que Esquire les gusta. No parece que las dudas vengan sobre cómo hacer periodismo. Yo, de momento, acabo de inaugurar mi blog. ¿Se acuerdan de los muñecos de pasta

de papel? Sustituyeron a los guiñoles de trapo. Es eso: pasta y papel.

Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez

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