ParisPhoto, 365 días después del atentado

365 días después de la masacre vuelvo a París. De nuevo, frente a la puerta de acreditaciones para periodistas del Grand Palais. Esta vez sí que saben que abrirán, hace un año me tuve que marchar de rositas tras la masacre. Esta vez si entraré a husmear la selección de los mejores libros de fotografía del año.

He viajado con la Rimowa grande (98 litros). Rimowa es la última adquisición de Bernard Arnault (aún no pude ir a ver Mercí Patron de Francois Ruffin, el ácido documental sobre su imperio) por la que ha pagado 640 millones de euros por el 80% a Dieter Morszeck, nieto del fundador.

En Barajas la encargada de facturación al pesarla se puso a reír. “Señor… pero, si está vacía”. “No se crea -contesté con picardía-, “a traigo llena de sueños. Regresará repleta de libros”.

París y la fotografía, dos amantes que se reencuentran como si se vieran por primera vez y se palpan en la penumbra, bajo la luz roja para revelar, perfumados por los ácidos de la cubeta.

Ninguna ciudad en el mundo como esta, quizá exceptuando Nueva York (New York in photobooks. Centro José Guerrero) o puede que Praga tal y como la documentó Josef Koudelka aquella primavera de 1968, ha comprendido que el instante decisivo captado por una fotografía puede cambiar el curso de la historia.

Este fin semana (no se pierdan la expo La France de Avedon en la Biblioteque Nacional hasta el 26 de febrero), todo París recuerda la masacre de hace un año, y convive con dos acontecimientos, la llegada prematura de los puestos navideños a los Campos Elíseos y la nueva y esperada edición de ParisPhoto, la feria internacional de fotografía que sopla ya veinte velitas.

El Grand Palais que cada temporada, dos veces al año, Karl Lagerfeld convierte en honor de la Grandeur en un parque atracciones para Chanel es hoy la mayor sala de exposiciones del mundo, un canto al sonido silencioso del obturador de la cámara Leica. Leica entrega como cada año su premio Oskar Barnack de fotografía.

Si andas por aquí aún hoy domingo, date una vuelta. Para acceder a la feria los organizadores proponen cuatro tipos de puertas, para la audiencia general, para la prensa que solo puede acreditarse online y sino tiene que retratarse y pagar, para los VIPs y para los artistas. Y es francamente difícil separarlos porque en esta feria todos se sienten artistas. Todos, menos el personal de la organización que para desesperación de la clientela internacional apenas habla inglés.

En los pasillos, poblados por todo tipo de empujones y codazos, la tribu está compuesta por exhibidores, galeristas, camareros, agentes, modelos, seguratas, estudiantes, fotógrafos en busca de trabajo, artistas de mil y una nacionalidades, todos clientes de Apple, todos muy duchos en lo que supone el derecho de imagen, todos activos en Instagram, en lo que constituye la nueva aristocracia mediática. La aristocracia del Instagram. Es la tribu de los likes y los emoticonos, los que sonríen cuando ven a un chino con la funda del iPhone 7 con forma de limpiacristales de Moschino.

Y así la atención no solo está en las imágenes enmarcadas, en las galerías, también en los grandes editores, como Assouline, como la increíble Aperture Foundation, o la pop up de Gerard Steidhl o mi favorito de largo, el stand de Xavier Barral ediciones y tantos otros, que han hecho que desde hace años el coleccionismo de libros de fotografía se haya convertido en una obligación.

Y los galeristas. Que alegría da ver el pelo rojo de la infatigable vallisoletana Juana de Aizpuru con sus fotos de Alberto García-Alix, que también firma en el stand de La Fábrica. En cada galería alguien que firma libros y que te pregunta como a mí ayer Cristina de Middel : “¿Te lo firmo a ti o no pongo tu nombre?”. La pregunta esconde un secreto. Si el libro va firmado automáticamente duplica su valor. Si va firmado a tu nombre el precio que te pueden pagar en eBay desciende. ¿Romanticismo o comercio?, el eterno dilema.

Y así decenas de fotolibros, con sus correspondientes copias firmadas, que a buen seguro te obligarán a pagar sobrepeso en el Charles De Gaulle (máximo 13.000 gramos por maleta), alimentarán tus neuronas pero encorvarán un poco más aún tus cervicales.

Al llegar a casa sonreirás al comprobar en eBay que lo que compraste ayer ha multiplicado en la puja su valor por diez, pero la verdad es que te da lo mismo porque tú nunca venderás nada, lo harán tus hijos.

Artículo publicado en El Español por Andrés Rodríguez

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