Cuando yo era pequeño, mi abuela me planchaba el pañuelo y lo doblaba con cuidado en mi bolsillo para accidentales sangrados nasales en el patio del cole, estornudos aparatosos o reventones de boli Bic. Mi abuela hace tiempo que se fue y con ella el pañuelo de tela (mojado de lágrimas), que ha huido del bolsillo del pantalón al de la americana.
Los de celulosa, como las servilletas Esquire, sirven ahora para todo tipo de inclemencias (más allá de las higiénicas), cultivar la caridad en los semáforos e incluso para afilar el ingenio. Atrás quedó el momento en el que ofrecías el pañuelo (de tela) a la chica que te gustaba para que secase sus lágrimas.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez