Querido Charles Darwin. He tardado en darme cuenta, pero debo confesar que me considero un acumulador como Drugos (gracias Mauro). No me han aceptado en el club del síndrome de Diógenes, pero si ponen lista de espera, bien podría aparecer mi nombre.
Tengo un traje de Armani. Un reloj de Omega, el Moonwatch, que me regaló mi abuelo tras un pellizco en la lotería. Manejo un Apple MacBookPro. Un iPhone 5. Un cargador extra para el iPhone5. Y varias fundas de iPad, algunas de autor.
Tengo un giradiscos Technics 1200 y una aguja Ortofon. Enmarqué un ejemplar original de la portada de Esquire con Muhammad Ali y otro de Andy Warhol atrapado por la lata de Campbells. Y presumo, pero no sé dónde está, de un autógrafo que Bob Dylan me firmó en Sevilla.
Un Land Rover Defender y, desde Reyes, una miniatura del mismo modelo hecha en algún taller clandestino chino. Como si tener el juguete me hiciese querer a mi coche como un crío pequeño. Un retrato de Saura (Antonio). Un dibujo de Buenafuente. Una foto que William Klein hizo en los toros. Un retrato que Martin Schoeller disparo a un Chuck Berry ajado por el rock ’n’ roll. Tengo una lámpara de Miguel Milá que nadie sabe encender (ni apagar). Tengo una hipoteca en una caja quebrada. Una cacerola Le Creuset, color verde esperanza, que si te cae en el pie vas directo a urgencias y te devuelven a casa. La saco los domingos y la pongo a fuego lento porque, para mí y los míos, cocinar despacito es hacer familia.
Tengo unas gafas de aviador y una perfecto de Schott. Cubiertos (descatalogados) de Sybilla. Una silla de colegio de Jean Prouvé y su mesa con forma de compás, y una otomana de los Eames. Una Moleskine para apuntar los vinos que me bebo con los que quiero. Tuve una pluma Montblanc que se me cayó en un taxi. Si la encuentras, avisa, que tenía el plumín nuevo. Creo que tengo –no son mías, son vuestras– cinco revistas que a veces me pesan y otras me dan alas. Guardo una colección de Madelman, pero el que más me gusta es el esquiador. Mantengo, desde los seis años, tres amigos; me gusta cuidarles y saber que ellos me cuidan. En casa hay una cocina Smeg que escupe fuego azul. Una bolsa de Prada. Decenas de polos Lacoste viejos (mis favoritos). Un sombrero Stetson, una botella de Pingus (tumbada para que el corcho esté húmedo) y una caña de pescar. Tengo una cartilla Palau y la aplicación de Navionics para trazar sueños en el Mediterraneo.
Como tú, tengo ropa interior de Calvin Klein y un Intel (Inside). Y me defiendo del exterior con unos auriculares del profesor Bose, eso sí, noise cancelling. Pero sé que todo esto no sirve de nada. Desnudo, soy un mono. Un mono sapiens. Como tú.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez