El de la foto no soy yo. Es Luiz Inácio Lula da Silva. Y no el que ahora venera el G-20, sino un Lula miembro numerario de los fichados por la policía (“¡mira al paxariño!”, le debió decir el sargento). Se trata de un club –el de los detenidos– muy abierto, al que se puede acceder por diversas razones. Así lo cuenta al menos el italiano Giacomo Papi en su libro Fichados, una historia de la fama a través de la cámara policial. Y es que hay tantos clubes como freakies el mundo es capaz de sostener. Este mes –supongo que porque saben que (aún) no pertenezco al de delincuentes retratados– acaban de invitarme a formar parte del Derbi Club. ¿Los estatutos? Se trata de una asociación de millonarios y forofos del fútbol que recorren el mundo asistiendo a los derbis más reñidos. No importa del equipo que seas, pero es necesario odiar a muerte al rival. Sus secretarias les sacan las entradas más baratas del estadio; así restriegan su sudor con los ultras, aunque al acabar el partido se marchan a cenar al tres estrellas Michelin que les pille más cerca. La verdad es que parece divertido, pero no tengo intención de afiliarme. Por varias razones: ni tengo los millones ni me gusta tanto el fútbol y reconozco que tan sólo podrían pillarme por el firmamento de las estrellas gastronómicas, pero los guisos de cucharan me gustan tanto como las esferificaciones.
El sindicalista Lula, que pasó un mes a la sombra por su lucha contra la patronal, hoy compra submarinos nucleares y exporta chanclas con apodo hawaiano (bendecido por el todopoderoso ranking elaborado por The Economist). Así que, con la sabiduría del viejo tango que nos enseñó que “el mundo gira y gira” (pronúnciese yira, yira), hemos metido a Lula en nuestra lista de Los 29 más influyentes de 2009.
Además de formar parte del nuevo año (con dos ceros en medio), el “29” nos recuerda a la fecha del crack; y el crack a la peli de Garci. Récenle un responso al viejo Clint para que nos alegre el año con su surcos de sabiduría y que su amigo Harry El Sucio no permita que nos dividamos entre tristes y optimistas, en estos tiempos en los que la autoestima cotiza más en las farmacias que la adrenalina. Ánimo, que me ha dicho un pajarito que este año la cuesta de enero toca cuesta abajo.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez