Con formato de dietario, divididas en cinco actos y dedicadas a su mujer Victoria, las memorias profesionales del periodista Lionel Barber (55), director del Financial Times entre 2005 y 2020 son sangre fresca para vampiros del periodismo. En un oficio con los límites desdibujados, en plena revolución industrial, donde unos pontifican que te “hagas líquido” y otros que “sin fact checkers (verificadores) no eres nadie”, empaparte de lo que Barber ha querido contar es un lujo para un mirón.
Sin traducir aún al castellano, Barber ha sido testigo del boom tecnológico, la crisis financiera global, la salida de su país del brexit, el despiste que a los periodistas nos han producido la avalancha de bulos y la venta de su diario al principal grupo mediático japonés. Todo esto sin divorciarse, ni ser despedido. ¿Alguien duda aún de la flema británica?
Barber utiliza el formato de dietario, con textos que apenas exceden una página, y algunas anotaciones posteriores si la actualidad lo precisa. Su punto de vista parte de la certeza de que su cargo es pasajero, no sé si porque la cultura de Fleet street es así desde que las imprentas empezaron a instalarse en el barrio allá por 1500, o porque no hay otra forma de quedar bien en tus memorias, pero el autor da siempre por hecho su despido. Y eso el lector lo agradece.
Explica que lo largarán porque en el Financial Times existe el acuerdo de que un director no debe perdurar más de diez años -bien hecho-, aunque los periódicos de autor no existirían entonces-. Cuesta trabajo imaginar una posición tan despegada en la prensa nacional donde el siguiente trabajo de un director de periodico cesado será montar un digital en provincias, irse un ratito a las tertulias o dedicarse a cultivar su huerto personal.
Inspiradas por las memorias publicadas por el ex secretario de Estado Dean Acheson en 1969 –Present at the Creation– sobre como los norteamericanos afrontaron la reconstrucción del nuevo mundo tras la Segunda Guerra Mundial, The Powerful and the Damned (WH Allen 465 pág.) con su portada salmón Financial Times, son el testimonio de la transformación de un diario de papel a una oferta diaria completamente digital en la nueva era de fragmentación.
La pérdida del monopolio de los “legacy media”, los medios tradicionales, poco tiene que envidiar a los duros años de la reconversión de la siderurgia. La fragmentación no es solo que las audiencias se han pulverizado sino que se refiere a la fragmentación de la atención.
«6.32 suena el despertador. A las 7 me recoge el coche. 7.35 en la redacción con los titulares leídos. 9.30 reunión de redacción. Quizá haya comida de trabajo fuera». La dramatis personae, el índice onomástico rico en nomenclatura, es el esqueleto de estos recuerdos. La cultura pop inglesa aparece hasta en los cantos de las hojas.
Barber cuenta como fue a entrevistar a Malcolm McLaren, el gran titiritero del punk y manager de los Sex Pistols, a Mónaco para la FT Business Luxury Summit de 2009, uno de esos encuentros que los diarios se han visto forzados a crear para aportar valor a sus anunciantes. Tan solo un año después tuvo que asistir a su funeral con Sir Bob Geldof y Vivienne Westwood. Numerosos cocktails. Con los Obama en La Casa Blanca y té por litros con todos los políticos de turno: su relación con Tony Blair “Blair era de sofá, Cameron de charlar de silla en silla y Theresa May de sentarte en el otro lado de la larga mesa”.
El anecdotario es tan rico que no puede destriparse en una sola crónica. Mi favorita la de embajador chino en un país africano “Sr. Barber siempre leemos el FT en la embajada, ¿sabe por qué? Porque los capitalistas nunca mienten”. O su reunión con el embajador de Corea del Norte, Ryu Hyeon-woo, que acabaría desertando: “Señor Barber, ¿cada cuánto cambian los ordenadores en el Financial Times”, “cada siete años más o menos”, explica el autor. “¿Podría comprarle uno? ¿Cuánto me costaría?”. O la crónica del funeral de Ben Bradlee el 29 de octubre del 2014, “cuando un veterano del Post, David Ignatius, recordó la historia de una secretaria que al dictado de Bradlee le preguntó: “¿Gilipollas es una palabra o dos?”.
Las memorias son también una buena guía de los restaurantes en cuyos fogones se cuece el poder en la City. Recomiendo, porque lo he probado, The Cinnamon Club, del angloindio Vivek Singh (49) que presumió durante años del mejor curry del barrio -nada que competir con los que se sirven en Bricklane, pero allí nadie iría a dejarse ver-. El resto los tengo apuntados ya en mi agenda: El Wolseley, cerca de The Ritz, el Bellamy’s de Gavin Rankin en Bruton Place al que Barber lleva a cenar a John Kerry; o el Chelsea Arts Club donde llevó al oligarca Mijael Fridman, hoy dueño de los supermercados Dia.
En 2013 el FT celebró su 125 aniversario con 600 periodistas en plantilla, la mitad que The New York Times, y en plena transformación. Barber impulsó un rediseño fresco y moderno del diario con la creación de una nueva tipografía bautizada Financier, a la que por supuesto no le faltaron protestas por parte de los lectores más tradicionales. El diseño del FT sigue siendo un referente en la gráfica de la prensa digital e impresa en Europa.
Se disfruta la lectura de los días en los que Barber sabe que venderán el periódico. Aún no sabe a quién y tira de oficio, intentando no defraudar a los lectores que deberían conocer las negociaciones, y a las presiones de su núcleo duro de periodistas que quieren que les cuente lo que vaya sabiendo por los pasillos.
El FT necesitaba capital para crecer, aunque Marjorie Scardino, entonces CEO del diario, había declarado en varias ocasiones que “el Financial Times tendrá que venderse por encima de mi cadáver”. Pearson (Chateau Latour, Madame Tussauds, Penguin Books, North Sea Oil, 50% de The Economist), que lo tenía en sus manos desde 1957, quería vender. Scardino tras la compra se refugió en el Consejo de Twitter.
El periodista alemán Mathias Döpfner, CEO de Alex Springer (Bild) cuya ambición es hacer de la compañía una potencia mundial, daba por hecha la compra. La candidatura de Bloomberg se enfrió ante la posibilidad de entregar el diario a los americanos. Y Nikkei era la novia misteriosa. A Barber le preocupa la independencia editorial. Es conocido el dicho: “Cuando el director y el propietario no están de acuerdo una vez, vale. Cuando no están de acuerdo la segunda, no es buena idea. A la tercera, tenemos un problema”.
El gato se lo llevó al agua Nikkei, asesorado por Rothschild, que pagó en efectivo 844 millones de libras.
Los españolitos salimos poco y con poco interés por parte del autor: Alan Parker, uno de los grandes nombres de la relaciones públicas en UK que le ofrece una entrevista con Zapatero, “apodado Bambi o Little slippers (zapatitos)”; menciones a Rajoy con aspecto de empollón pero al que reconoce la mirada felina que tenía Felipe González, y alguna llamada de Ana Botín preocupada por el resultado del referéndum del brexit. “Ana Botín fue nombrada presidenta del banco español en 2014, siguiendo la línea familiar de su padre, su abuelo y su bisabuelo, todos se llamaban Emilio”, nota a pie de página para el lector anglo.
Barber gestiona bien la llegada del nuevo dueño “bajo el principio de las no sorpresas. Siempre avisaré a la propiedad de lo que voy a publicar. Siempre respetan mi decisión de publicar”, y los japoneses le ofrecen cinco años más al frente del diario para su sorpresa. Esta segunda etapa está bien reflejada en el libro, pero con poca profundidad ante la llegada del brexit que todo lo trastoca.
Pocos diarios pueden suscribir cada mañana un lema que sigue vivito y coleando: We live in Financial Times. ¡Y tanto!