Miro hacia atrás y me da tortícolis. No me ha dado tiempo a casi nada. Durante estos 70 días fui apuntando con un Caran D’Ache bicolor 999 en una vieja libreta del Muji una lista de cosas por las que me merece la pena vacunarme. Espero poder pagar el antídoto, confío que la industria farmacéutica, los Estados y demás viejas damas del establishment mundial, no traten a los pobres como humanos de segunda.
Merece la pena releer El Antídoto de Mortadelo y Filemón (la segunda edición de 1980 cuesta 3 euros en Ebay). Confío que el color de mi piel, tu religión o su ascendencia política no establezca preferencias para ser vacunado. Para los mas escépticos recomiendo volver a ver El Jardinero Fiel (2005) o leerse la novela de John Le Carré. Para los idealistas recomiendo Bienvenido Mr. Chance, (1979) también de un jardinero.
Espero que el mercado negro no se forre con el pinchazo como en la ley seca. Espero que la vacuna nos quite el miedo. Yo no tengo miedo, pero el miedo de los demás me invade, me molesta, se me quiere pegar y yo no me dejo. Me escurro de vivir con temor.
Espero que el lector cuando se vacune tire de lista. Y se aliste a la vida, que pasa en un segundo, aunque se nos olvida cada minuto. En la lista de planes cada cual tendrá sus prioridades -los comerciales en televisión nos hablan de las primeras cañas, los abrazos que no hemos dado, las carreteras por recorrer y otras metáforas de la libertad individual y el hedonismo sureño, pero intuyo que entre la lista del lector y la mía pueden existir algunas intersecciones emocionales que aquí comparto-
Quiero inmunizarme para volver a hacer vivac, una noche de verano en La Morcuera (1796 m), por ejemplo; el 5 de julio o el 4 de agosto tendremos plenilunio. Y compartir saco de dormir. Si ya no venden “de matrimonio” habrá que apretujarse. Cerraré mi cuerpo a los virus para hacerme un amigo nuevo en el asiento de al lado de un vuelo transoceánico. Nueva York, como siempre me espera. Ya sé que soy idiota, pero vivo convencido de que sin mí, Nueva York no está completa.
Necesito caminar sin rumbo por la ciudad y sentir que cruzo la mirada, fugazmente con una mujer, e imaginar que ella y yo lo sabemos todo el uno del otro, y no detenerme, seguir caminando. Que iré a ver el nuevo MOMA y me detendré en un cuadro junto a alguien y que frente al cuadro comenzará una nueva vida. Una vida sin toxinas.
Vacunarse para elegir siempre el bar más lleno. El más incómodo. Para disfrutar de esos apretujones en El Sol en los que un cuerpo resbala contra otro. Para bailar un poco de pogo si es que vuelven Los Nikis. ¡Volved Joaquín, no os hagáis mayores!
No se si la vacuna dejará un ronchón de esos que nos dejaba la vacuna de la viruela en el muslo a los chavales del baby boom. Estaba bien llevar una marca para que las chicas te preguntasen… “¿Y eso?”.
Madrugaré inmune para ir al Zoo (21,60 la entrada general) y pasear con la fresca frente a las jaulas. Escucharé At The Zoo de Paul Simon y Art Garfunkel, hasta el nivel amarillo de mi teléfono. ¿Por qué diablos los malvados ingenieros de Cupertino han capado los decibelios de sus reproductores? ¿Acaso se puede escuchar T.N.T. de AC/DC a un nivel «razonable»? Un día nos van a acabar diciendo cuándo nos toca follar.
Y ya de regreso, pararme a abastecerme y dar una voz: “Camarero, apunte con tiza en la barra una de mojama y póngame un palo cortado”, en La Venencia entre el “zoológico” de “guiris-de-lonely-planet”.
Si me da tiempo pararé en la Plaza de la Paja, cerca de donde vive Andrés Calamaro, compraré algo inútil, en Cocol (@cocolmadrid), y me refrescaré en el Delic, bajo las livianas lámparas de Coderch, soñando con un viaje tumultuoso a Calcuta, o al Teherán de los ayatolas. Si para ir es necesario, me dejaré inyectar bajo la piel un microchip, que camuflaré con un tatuaje de Mao & Cathy (Corredera Alta de San Pablo 6) con alguna palabra que en próximas vidas me permita inventarme mas vidas, como por ejemplo: “Canguingos”.
Y ya superhombre con mi microchip dentro monitorizado por Apple y la CIA me pondré hasta las patas en Casa Mingo, con las manos, “barbigrasiento” y me iré a Las Ventas a sudar el pollastre en el Tendido 7, para detener el tiempo en sus gradas a lo Golfus de Roma y luego preguntarle a Simón Casas (72) cuándo quedará libre el puesto de timbalero de la Plaza, el mejor oficio del mundo, quitando el de matador de toros y el de reportero de local, claro está. Me voy a casa a practicar, no vaya a ser que haya una prueba práctica, intuyo que me falta juego de muñeca.