Y lo pido por nuestro fashion issue. Que va repleto de publicidad y del que nos sentimos más orgullosos en el año. Y lo hago después de haberlo peleado hasta la extenuación con mis compañeros, los que le explican a un anunciante que Esquire es la revista que mola, en la que hay que estar. Y con mis colegas periodistas, esos que ganan menos que yo pero que se dejan la piel de los codos para sacar esta revista adelante; y con Nila, que coge el teléfono cientos de veces al día; y con la señora que quita los refrescos de tu mesa, porque tú crees que es misión de ella recogerlos. Qué gran señora.
Y pido perdón, no por hacer que esta revista funcione, sino porque en la esquina de la calle de la redacción hace varios números ya que hay una montaña de cartones que quitan el frío a una persona. A la que no conozco. Aún. Alguien que tendrá problemas, quizá por el mismo alcohol que se anuncia en esta revista. O quizá porque perdió a su pareja, sin haber leído el ‘10 cosas que no sabes de las mujeres’. Y entonces el fémur, la tibia y el peroné se derrumbaron como se caen los edificios dinamitados. De ser arquitectura y equilibrio, pasó a ser polvo volátil. O puede que no estuviera de acuerdo, como tampoco lo estábamos nosotros cuando lanzamos Esquire hace siete años. Y sobre el desacuerdo creamos algo. En cambio, su manera de protestar fue mandarlo todo a tomar viento y abandonarse, y vivir renunciando a las posesiones, dejando poco a poco que el frío del invierno, el sol del membrillo, el viento de abril o el frescor de las mañanas de agosto fuesen sus amigos. Calentándose las manos con un cigarro y el corazón con un tetra brick.
No puedo evitar, cada día que llego a la redacción –de los primeros, porque me gusta escuchar el silencio de las mesas–, estremecerme al mirar los cartones. Con el primer café, el cartón inunda las mesas de los redactores: libros, botellas, catálogos… Cajas y cajas que para nosotros son un estorbo y, sin embargo, para el vecino de la esquina son un hogar.
Quizá creas que todo esto es demagogia mientras escupo al Twitter mensajes de comodidad intelectual. O que es un truco barato de alguien que con la otra mano edita Forbes, la herramienta del capitalismo. Seguro que estas líneas no exculparán miles de páginas sobre cómo ser un hombre que mola. Pero cualquier día, por las razones más variopintas, porque el dios de la mala fortuna meta un palo en la rueda de la vida, los cartones, el embalaje, el puto packaging puede ser la manta que nos arrope. Tan sólo pensarlo durante el tiempo que tardas en leer esta carta hace que las tripas se recoloquen (que estaban fofas). Al menos, mientras lo escribo, me reinicio. Y, mientras acabo, lo pienso y me dan ganas de morder a alguien. De morderme a mí mismo y dejar que mi boca, con el lagrimal apretado, se tiña de rojo. De rojo justicia.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez