“Cuando vivamos juntos pondremos el tocadiscos”. Aquella voz femenina me hizo pararme en seco. Pegué un frenazo con ABS. ¿Es a mí? No puede ser, camino solo por la ciudad. Reduje las constantes vitales de mi organismo hasta la mínima expresión saludable y doblé el espinazo. Al volverme divisé un estante con una decena de giradiscos portátiles Crosby. Frente a ellos una pareja con el mundo por delante. La chica, la autora de la frase, le mantiene con la mano apretada mientras los ojos de él desprenden chiribitas en deseo del giradiscos. Su primer tocadiscos llamándole a gritos.
Mi primer giradiscos fue un Bettor Dual 1225 que el abuelo Andrés me compró en la calle del Carmen de Cartagena una Navidad de pongamos… 1980. Con lo insistente que soy me imagino como debí de ponerme hasta que le convencí. Aún mantengo fresco en mi memoria el escaparate del comercio en el que entré a probarlo. Ni siquiera tenían vinilos para que sonase.
Hoy soy cliente asiduo de Pepe El Metralleta, una de las visitas que cualquiera que viaje a Madrid no debe perderse, y de la aplicación Vinyl Record Finder. Hoy tengo un plato Moon al que hago rodar a menudo con el policloruro de vinilo al que, según algunos dermatólogos, puedo tener repelús cutáneo.
¿Alergia discográfica?
Cuando la pareja de mi carta viva junta, el tocadiscos presidirá su amor, sus planes, y su futuro girará de derecha a izquierda y la energía estática llenará de polvos sus vidas. Y serán felices, y tendrán su canción, y llenarán la casa de cosas, y se pelearán una tarde en Ikea y comerán perdices.
La vida gira alrededor de un giradiscos Crosby, frente al escaparate de la Fnac. Comprendo que la propuesta de vivir juntos no es para mí y enciendo de nuevo mis constantes vitales, y comienzo a caminar.
Todos necesitamos alguien que nos quiera. Estate seguro de que este año lo vas a encontrar. Everybody needs somebody. Somebody to love.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez