Todo es digital, lo sé. Yo también padezco el tsunami de bits. Sí se te cae el móvil y te lo aplasta un coche como me pasó a mí hace unos días en un polvoriento camino pitiúso te compras otro inmediatamente. ¿Sabías que si le entregas a Apple tu Iphone destrozado te ofrece venderte uno hecho con piezas de otros? Iphone Frankestein podrían llamarlo.
Rectifico, no todo es digital. La cultura analógica despega como compensación al maremoto digital que nos revuelca. El periodista Antonio Lorenzo, promotor del Dia Sin Móvil (8 de julio) me cuenta que ya hay suficientes indicios de que estamos ante una generación de idiotas tecnológicos. No me atrevo a contarle que entre semáforo y semáforo busco en mi bolsillo trasero, consulto el telefonino y me juego los puntos del carnet por revisar lo que revise hace apenas 120 segundos.
A continuación algunas pistas para disfrutar de este renacimiento analógico que nos depara miles de emociones.
Si tienes vinilos en casa molas más. Pero sólo si realmente puedes ponerlos. Aunque sean malos, aunque sean de tu hermana la mayor, aunque estén rayados… pero que se los puedas poner a los colegas o a esa chica del Tinder que hoy quedó contigo porque se sentía sola, pero que no te engañes podría haber quedado con cualquier otro.
En caso de que estés soltero puedes imitar a Woody Allen (82) en Sueños de un seductor (1973) cuando al recibir en casa a su cita decide lanzar los vinilos por la habitación como si fuera un Frissbe. Si no sabes que tocadiscos comprar empieza por el Numark PT01 Scratch (99 euros), es un buen comienzo.
Lanza el móvil lejos y haz volar un Frisbee. No es una coña. El Frisbee fue inventado Walter Frederick Morrison en 1948 a partir de un prototipo bautizado Platillo Volador Pipco. Hoy la palabra Frisbee es una marca registrada por Wham-O que presume de fabricar los modelos más profesionales. De esto sabe un poco Miguel Larrañaga Berrio, según Wikipedia 9 veces campeón de España.
Si el platillo volador te parece poca cosa, por 250 euros puedes hacerte con una pieza de colección, fabricada por Humpfrey Flyer en 1975 y que utilizó Pink Floyd para la promoción de Wish You Were Here. No me extraña, el envolvente solo de guitarra acústica (no digital) de la canción es perfecto para practiques tus lanzamientos. Eso sí, que no se lo coma tu perro que se te acaba el coleccionismo. Para perros el mejor es de la marca Jawz que presume de ser el más resistente (aprox 18 euros).
El Aviador Dro y sus Obreros Especializados, en sus primeros conciertos, como andaban parcos de recursos utilizaban platos de plástico de merendola casera y se los lanzaban al respetable a modo de Frisbee. Eran claro… tiempos analógicos.
El periódico de hoy (no El Periódico de Ayer al que cantaba Hector Lavoe). Si, el periódico. El periódico en papel te acompaña el baño porque si vas con la tableta, (y lo sabes) tienes un problema. El sonido del periódico cayendo de tu mano al suelo es el chupinazo de la siesta.
Estoy suscrito a dos diarios en papel. No tengo tiempo de leerlos en la mañana y cuando los leo al acabar la jornada he descubierto que me ofrecen noticias y reportajes de los que no había escuchado nada durante el día. ¿por qué? Muy sencillo, porque los buscadores priman lo más votado y un vídeo de gatitos retroalimenta su posición mientras que la crónica del excepcional concierto de David Byrne (66) en Madrid se la traga San Google con dos cojones.
Las papelerías son templos de culto. Pronto lo serán las ferreterías de barrio también. He escrito ya en esta columna sobre mi pasión por la “stationery”. Si quieres profundizar un poco más busca: “La papelería gourmet es el último lujo” y si aún quieres más te propongo deberes. Prueba a escribir más de dos folios a mano y verás como te duele la muñeca y tienes que parar. El hommo digitalis se está atrofiando. ¡Vivan los cuadernos de Caligrafía Rubio!.
El correo postal merece una nueva oportunidad. No hay nada como el lengüetazo para pegar el sello. Sabe tan amargo que así solo le mandas postales a quien quieres de verdad. ¡Hay que mandar postales! Te obligan a decir en pocas letras lo que nunca dices en persona. ¿Sabes que los japoneses solo se dicen Te quiero en ocasiones señaladas? Prueba a escribirlo en una postal y veras como el sello te parece barato.
Si no lo haces desaparecerá aquel expositor giratorio donde conociste a tu mujer. Los fotógrafos locales dejarán de retratar a las turistas en biquini y los borricos de Menorca ya no llevarán sombreros de paja. ¡Hay que enviar postales! Piensa en los carteros. Ya sabes que se las leen todas antes de entregarlas ¿no?
El revelado en papel es sexy. Menos es más. A más capacidad de fotografiarlo todo menos valor tiene la fotografía enviada. Si quieres fijar una imagen imprímela. Si quieres “seducir” a alguien manda una fotografía hecha por ti, impresa, y dedícasela por detrás, con la fecha puesta. Te llamará seguro.
Los teléfonos analógicos no se cortan. Hemos pasado de no necesitar teléfono fijo en casa a ponerlo porque Telefónica nos lo regala en el paquete de Netflix. En el Mercado de Motores de Teresa Castanedo se venden preciosos teléfonos a lo Cuentamé que te llenan un salón entero. Te aseguro que una llamada a tu amiga, de esas que te apetece hacer cuando tienes los pies en alto mientras se secan las uñas, mola más con el fijo y el cable retorcido que con el móvil y la cobertura fluctuando.
Si aún no te he convencido te propongo revisar “La venganza de lo analógico” (The Revange of Analogic: Real Things and Why They Matter. David Sax), el título del libro que da fe de lo que está pasando. “Una cosa divertida está ocurriendo en esta utopía digital y es que nos hemos vuelto a enamorar de objetos analógicos que los gurús tecnológicos nos han insistido que nunca necesitaríamos más. Negocios que hemos pensado que habían perdido su momento, como la fotografía de papel o las pequeñas tiendas, está resucitando. Los cuadernos, los vinilos y la papelería se ha vuelto guay. Es la venganza de lo analógico”. ¿Te queda alguna duda? A mí no. Este artículo lo he escrito a mano, con una pluma Montblanc, diseñada por Marc Newson (con un cierre de imanes muy útil) y una tinta azul que cuando la veo fluir me recuerda al mar de Formentera.