A la espera de que llueva en Madrid –virgencita de la cueva escucha mi plegaria– amanezco con la autopromo de Salvados en el primer vistazo de Twitter. Évole y su equipo manejan las redes con la habilidad de un samurai de Tarantino. No nos conocemos pero coincidimos hace unos días en el hall de A3 y sentí que el peso de la fama empieza a dificultarle el trabajo de periodista, que no es otro que mirar sin ser visto (imposible), contrastar lo que se cuenta (cada vez más difícil en estos tiempos de escasez de presupuestos), poner en solfa al poderoso (la promo del encuentro con el papa ya es un programa en sí mismo) y “vender la moto”.
Está malito el oficio. Atención al próximo libro de David Jiménez que ya está en imprenta. ¡Qué ganas de leerlo! Les dejo un extracto que él mismo ha dejado en las redes: “(…) La búsqueda de audiencias menos exigentes había llevado al oficio a su momento más bajo en democracia. Y, sin embargo, nadie lo habría dicho asistiendo a las reuniones de un diario, un telediario o un programa de radio. La profesión llevaba su decadencia con la discreción de una madame del Moulin Rouge y nuestras intimidades apenas traspasaban los corrillos profesionales. El oficio que tenía como esencia contar las cosas se había convertido en guardián de sus propios secretos inconfesables: a los periodistas nos gustaba contar una buena historia, pero no la nuestra”.
Esta misma semana. Una reportera de Europa Press increpó a Mercedes Milá en la puerta de artistas del Teatro Real la noche del concierto de Lang Lang, dentro de la serie Formentor Classics, bajo el mecenazgo de Simón Pedro Barceló. La última novela de Eduardo Mendoza, El rey recibe (Ed. Seix Barral), arranca con el hotel en sus primeros capítulos. La periodista, quizá lo fuese, increpó a la Milá sin la más mínima educación. Quizá Weegee, el maestro mejicano Enrique Metinides o Ron Galella, los fotorreporteros del ‘aquí te pillo’, tampoco lo hiciesen y están en el MOMA. Escuché a la Milá explicarle que “la depresión ya se fue y hacer los cuernos de AC/DC como pidiéndole a Angus Young que la nube negra no vuelva”. ¿O se los hizo porque estaba dando por culo? Razones tenía.
Lang Lang (pronunciase Lang Laaang) estuvo en La Resistencia de David Broncano. La entrevista no funcionó por la dichosa traducción simultánea pero llama la atención que la música clásica necesita de los talk shows si quiere que Rolex patrocine a sus estrellas.
Lang Lang tocó dos veces: el jueves frente a Las Meninas para algunos privilegiados (gran gestión de Enrique Subiela y de Marcos Blanco de Impacta) y en el Teatro Real. En ambas ocasiones repitió Für Elise llena de manierismos para ser consumidos en YouTube pero tan bella como esta primavera que nos acaricia las heridas.
De nubes negras, que aún no llueve, va el último libro sobre el artista Sabina (Joaquín Sabina y el Club de Rota, de Francisco Sierra Ballesteros editado por Renacimiento). ¿Has escuchado los podcasts publicitarios que Sabina y Benjamín Prado han grabado para la cerveza 1906? Muy curiosos. Parecen el resultado de una amistad, la de Sabina con Benjamín Prado. Es una cosa extraña, mola verles conversar, pero los formatos están forzados. Merece la pena que los revises.
Me reí cuando cuenta que Sabina y mi admirado Ángel González fueron una noche a echar una meada en la tapia de la RAE en homenaje a otra meada igual que parece que Rafael Alberti hizo con Dalí. Sabina se descojonaba de González diciendo que se le había hecho más larga.
Acabo el libro y la tarde siguiente, bajando la calle San Bernardo motorizado, me cruzo con la figura de Benjamín Prado. ¡Coño! Anoche sus andanzas vivían conmigo, antes del sueño, y ahora es real. Es un personaje de El Greco, con una sonrisa enorme y mucho éxito en las red de redes.
Escucho a Ferrán Monegal (71) cada tarde en podcast, al llegar a casa. Solo si estoy en Barcelona me leo su crónica de El Periódico que ya se ha quedado Javier Moll y su casa Prensa Ibérica. La mirada sarcástica de Monegal en la radio de su hermana la tele no tiene desperdicio. En La Sexta me gusta menos porque claro se le ve todo. Sin desperdicio las hostias que, ante la voz (recuperada con foniatra) de Julia Otero, le dedicó al ciudadano Marcos de Quinto. Alguna trifulca previa (de Quinto le había puesto a caldo un par de veces en público) llevaba Monegal en el revólver.
La primavera no pudo competir con Almodóvar. No se por qué Soledad Gallego no ha sacado en portada la crítica de Carlos Boyero de su nueva película. Hasta en los baños del Real se hablaba de eso. Los periódicos necesitan que se hable de ellos. Tampoco sé por qué nadie ha escrito un reportaje sobre el plan de promoción de Almodóvar y de El Deseo con la peli. ¿Por qué hacer una buena promo es un defecto para la película? ¿Por qué no aprendemos de cómo El Deseo promociona cada nuevo film de Almodóvar? No me invitaron a la fiesta. Tampoco estaba en Madrid. Me pregunto cuánto se gastó El Deseo en una fiesta a la que El País le entregó una página entera… Yo, sin saber si estoy de acuerdo o no con la crítica de Boyero, le habría dado la portada.
A golpe de correo: atentos todos a la nueva imagen de Correos que la incombustible Eva Pavo, que tan bien lo hizo en Loterías, anunciará en pocas semanas. A golpe de correo, abro un sobre y recibo de Andreu Buenafuente un retrato dibujado en el avión mientras leía, rotuladores en mano, la entrevista del comunicador Michael Robinson en MAN ON THE MOON. Jesús Vidal es el chico de portada en nuestra fashion issue. Nada de ‘modeluquis’ con la cintura pequeña. Nada de actores de los que te pone un anunciante para que los promociones y así, de paso, amarrar la campaña de publicidad. Jesús Vidal, diez por ciento de visión, mil por ciento de corazón. Hay muchas maneras de ser un hombre en el 2019 y la de Vidal es una de las mejores. Me emocioné con la entrevista que le hizo Buenafuente y la imitación de Raúl Pérez. Me reí tanto que esa noche ha sido la última que he llorado. ¿Cuál será la próxima?
El cuartel general de El Deseo estuvo durante años, primero en la calle Ruiz Perelló y luego en Francisco Navacerrada. Allí se inventó el Botellón. Tiempos en los que Enrique Tierno pegaba carteles con sus bandos y los chavales podíamos cortar las calles mientras hacíamos ricos a los herederos de Mahou. Por el día bebíamos allí y por la noche la Paca, la señora Paca, en la calle Cartagena, nos abastecía de bebercio para brindar al frío en el Parque de Eva Perón. Paca nunca quería vender y abría protestando: “Que no vendo, que no vendo…” ¿Cuántas botellas quieres chaval?” Hoy el local está ocupado por unos fruteros paquistaníes, que trabajan de sol a luna pero que no saben nada de Francisca, la mujer que rivalizó con Eva Perón y que convirtió su parque franquista en mito. Este cronista tenía 19 y era una de las ‘estrellas’ del barrio porque Paco Pérez–Bryan le dejaba cada noche sacar sus vinilos del cajón para que los pinchase en El Búho. Si me escribes a mi cuenta de Twitter voy esta noche de primavera y te ayudo a sacar tus discos.