Si quieres ir a comprar heroína (no te lo recomiendo de ninguna de las maneras, arruinarás tu vida) pregunta por la Casa Broner. El dealer, medio analfabeto, te dará, sin embargo, indicaciones detalladas con la amabilidad del que hace tratos con mucha gente. No se molestará porque no le compres, ni tampoco porque andes por ahí curioseando en sus callejuelas. Él ya sabe quien es su cliente y quien quiere visitar en Sa Penya (Ibiza) la casa de Erwin Broner (1898 –el año que perdimos Cuba– 1971), pintor y arquitecto alemán que huyó del nazismo para vivir años de libertad personal y profesional en la Isla Blanca. No vino a ver hippies, vino a huir de la Alemania del nacionalsocialismo. Iba a Mallorca, como todos los alemanes, pero el barco paró en Ibiza, y Broner se bajó.
En la isla, Broner construyó 20 propiedades (dos de ellas en Formentera), entre ellas su casa. Si buceas en el picaresco entramado inmobiliario de la isla alguna hay a la venta aún, eso sí, con sobreprecio, porque Broner en la pitiusa es como Blackstad, una “marca registrada”.
La casa, construida en 1960, la enseña “miss simpatía”, que suple su ausencia de inglés, como hacemos todo los españoles, con entusiasmo, moviendo mucho las manos y hablando alto. Visita cultural espasmódica. Le pregunto: ¿Cómo Gisela, la brasileña que Broner conoció en Mallorca y con la que se casó, donó la casa al ayuntamiento de Eivissa? Fácil. “¿Tu has visto lo que has visto?”, me pregunta, “pues imagínate los yonquis cuando estaban desesperados por su dosis. Rompían las ventanas, ella estaba ya viuda, y se lo llevaban todo. Arrancaban hasta los azulejos. Gisela Strauss se desesperó de que la robaran”. Gisela, la tercera mujer del arquitecto (y pintor), resistió como una heroína. Es curioso que la misma palabra sirva para definir el opiaceo y a la protagonista de esta carta. La casa tiene un zulo, con cuatro habitaciones, me lo explica la guía en español y de los guris pasa. Los yonquis supongo que no lo encontraron. Tampoco sé si Gisela lo usaba. Lo construyó Broner porque siempre pensó que los nazis irían a buscarle, o Franco… pero a los dos dictadores la isla a la que aún no habían llegado los hippies les daba igual. No había nada por lo que pelear aquí que no tuviese Mallorca o Menorca antes.
Artículo publicado en T Magazine por Andrés Rodríguez