No sé si alguna vez te has echado la casa a cuestas. Te aseguro que cuesta. No escribo sobre mudanzas, ni de cambio de ciudades, escribo sobre empacar tu vida y reducirla a la tara máxima que acoja el vehículo. Alquiles o mantengas tú el motor, furgoneta vintage o caravana ibérica, dos ruedas con maletones laterales o remolque a lo Cuéntame; escribo sobre “la vida caracol”.
“La vida caracol” es una vida sin babas. El único fluido es el combustible. La carretera se bebe la gasolina y evita lo superfluo. La comodidad molesta. La vida confortable, con todo a mano, es un recuerdo que queda atrás. Echarse a las carreteras sin saber dónde dormir, con pocas cosas, es una buena terapia.
Mucho se ha escrito sobre la vida nómada, pero se ha diseñado poco. El diseño y la arquitectura se sienten cómodos con el confort y la funcionalidad, pero no tan a gusto cuando se trata de ser austeros en comodidades.
La historia del automóvil está llena de diseños y diseñadores que han elevado las formas del vehículo a la categoría de coleccionable del MoMA, pero ¿por qué no hay buenos diseños de caravanas, furgone-tas, roulottes, vans y demás “dromedarios” sobre ruedas? La respuesta quizá tenga que ver con el negocio, con que a los fabricantes de vehículos los nómadas de la carretera olo les sirven para el casting de los anuncios. ¡Dios salve a Peter Fonda! Hay pocas imágenes en el siglo XX que concen-tren tanta libertad como la fotografía de Fonda a los mandos de su Harley-Davidson en Easy Rider. Eso sí, imagínate cómo le debía doler el culo entre toma y toma.
Artículo publicado en T Magazine por Andrés Rodríguez