En junio de 1904 el señor Woodward, en la fría Mineápolis, fue “asesinado” por una cama abatible que se le cerró en plena noche. Su mujer consiguió sacarle de la encerrona tirando del brazo que se le había quedado fuera… pero fue tarde. El cuello se fracturó y murió horas más tarde sobre la mesa de operaciones.
Chaplin recreó en la gran pantalla la epidemia de camas asesinas en su película One A.M. (Charlot noctámbulo) en 1916.
La tecnología desde luego ha mejorado. La decisión para comprar una cama escamoteable es el espacio. El dormitorio se puede convertir en un espacio de trabajo fácilmente y a la pereza no la dejas que te la juegue.
Con la moda (o necesidad apuntará algun lector) de las “tiny houses”(las casas diminutas pero coquetas), las camas abatibles están listas para volver. En 1900 William L.Murphy, un emprendedor de San Francisco, creó la Murphy Wall Bed Company, y la marca se convirtió en genérico. Tras el boom llegaron años de marginalidad: los solitarios, los pobres, los bohemios, los que no podían pagarse un adosado en las afueras son los que dormían en las camas abatibles de Murphy.
Cada icono tiene una leyenda. La leyenda dice que Murphy inventó la cama para poder recibir a sus amantes en el estudio sin asustarlas primero. La cama abatible es más sexy que práctica, pero eso da igual. Es posible que la historia sea cierta. ¿Qué sería una cama si solo sirviese para dormir, verdad Murphy?
Artículo publicado en T Magazine por Andrés Rodríguez