Jodida vanidad

Cuando vea publicado este artículo correré a tuitearlo. Y así me sentiré más inteligente. Cuando lo haya catapultado a ese espacio fantasma en el que parece que no se existe, recibiré el placebo de algunos seguidores que, quizá sin haberlo leído, dirán que les gusta. Muchos lo dirán sólo para que yo sepa que les gusta. Perdón, para que yo recuerde que dieron al botón porque saben que yo espero que les guste. Y todo eso a mi vanidad le importa un carajo, y como una yonqui sin su dosis volverá a estrujarse las meninges para alimentar a la máquina y obtener el placer.

El día que la autoestima se dejó engatusar por el número de seguidores de Instagram nuestra alma se precipitó por el abismo. No escribo de esos que tú conoces que tienen el gatillo fácil y publican lo que un día se arrepentirán de haber hecho. Tampoco de los que retratan su vida cotidiana, ni de los que han confundido los quince minutos de fama que vaticinó Warhol con exponer ropa interior, a veces sucia aún, en la cuerda de tender. Hablo de mí mismo. De Andrés Rodríguez, 50 tacos, periodista, empresario, que me cuido de no fotografiarme haciendo la maleta o paseando con mis descendientes por qué sé yo qué playa. Hablo de mi vanidad, tan voraz y delicada como la tuya.

No voy de listo. Yo también sé lo que son más de 100 likes en Instagram. También doy de comer a casi 10.000 seguidores en Twitter. ¿Y para qué? Déjate de hostias. Mientras lees esto acabas de contestarte… ¿Por qué hay que estar? Ser y estar no son lo mismo, diga lo que diga el verbo to be. No conozco a quienes me siguen. No conozco a los que me dan likes. Tampoco ellos me conocen a mí. Creo ciegamente en la marca personal, siempre y cuando se trate de una marca profesional. No le aconsejaría a nadie exponerse en la ciberesfera sólo para construir una marca propia que, a la velocidad que van las cosas y después de ver el documental sobre Edward Snowden, imprescindible, algún malo malísimo del orden mundial la está archivando para utilizarla luego contra nuestra libertad individual.

Las redes sociales le han quitado el curro al terapeuta. Y serán éstas las que colapsen de nuevo su consulta. Mientras tanto, no te olvides de una cosa: los que estamos generando contenidos, cada hora, cada rato, cada puto fin de semana de descanso, cada año… desde que empezaste, lo estamos haciendo GRATIS para los dueños del sistema. Tampoco me parece mal hacer las cosas sin obtener beneficio. Pero antes del darle al dedito piénsalo un poco más. No te destruyas amigo.

Lee un libro.

Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez

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