Hago planes. Mientras escucho acurrucado las primeras lluvias de agosto, pienso en cambiarlo todo. Cae una tormenta sobre mi duermevela y yo hago planes. Planes para viajar a Teherán. Planes para cambiarle la goma podrida al tirachinas. Para mejorar mi empresa. Para aprender a saltar a la comba. Para quererte tanto que puedas volar. Para leer La Fiesta del Chivo (ya me vale). Planes para beber menos. Para comer menos. Para correr más. Planes para que no pase nada si no se cumplen los planes. Es el dolce far niente que se agosta bajo el repiqueteo de las gotas sobre mi tejado. Me estiro aún dormido y me veo desde abajo planeando. Para pasear de tu mano por Londres este otoño, para cambiarle la tierra a la camelia, para cargar la batería de la Enfield, para practicar más con los tambores de la Gretsch. ¿Planes para volver a votar? Una gota traviesa que encontró el camino para salirse del grupo me cae en el pie. Durante el instante que paso del duermevela a la realidad mis planes parecen desmoronarse, pero no. Es septiembre, y en septiembre hago revistas y planes.
Carta publicada en L’Officiel por Andrés Rodríguez