Es muy probable que este artículo te parezca aburrido. Si es así, vamos bien. ¿Hace cuánto que no te aburres? Quizá ni lo recuerdes, porque no es lo mismo “encontrar algo aburrido” que “aburrirse”. Cuando algo nos resulta aburrido pasamos de inmediato a la siguiente actividad. El nivel de paciencia parece disminuir con el progreso. Vivimos inmersos en la vida zapping. Nadie profundiza nada. Ni siquiera en la diversión se profundiza y es una pena porque el aburrimiento profundo es capaz de abrir puertas que no sabíamos que estaban ahí.
El aburrimiento es la antesala de la ocurrencia, pero mucho me temo que en esta vertiginosa sociedad de la información que sacraliza el 5G no hay tiempo para el espacio inerte. El tsunami informativo al que nos vemos sometidos desde que nos despertamos hasta que dejamos nuestro teléfono en la mesilla provoca horror vacui.
Hace años que lo primero que agarro al despertarme son las gafas (unas Moscot Lemtosh), las necesito para coger el teléfono. El iPhone apagado y en posición vertical estoy convencido que es el monolito al que adoraban los monos en 2001, Odisea del Espacio de Stanley Kubrick. Y, desde ese momento, la mayoría de las veces ni siquiera he puesto aún los pies en el suelo, estoy recibiendo información de la que tengo que defenderme. Cuando me voy a dormir lo penúltimo que dejo en la mesilla es el teléfono, lo último las gafas. Y así vuelta a empezar. A menudo siento que si no estoy triturando información pierdo el tiempo y escribo hoy esto para recordarme a mí mismo, y al lector que lo considere útil, que perder el tiempo es la mejor manera de ordenar el pensamiento.
No hacer nada es hacer cosas. Cuando uno se aburre, me refiero a cuando te aburres de verdad la mente afila el lapicero del ingenio. Por eso quizá haya llegado el momento de pasar de la “Libra”, la nueva moneda de Facebook, de comentar en las redes si la serie Chernobyl te pareció corta o no, y abrir escuelas de aburrimiento, lugares para descomprimir. Propongo la creación de “talleres del aburrimiento creativo” con encierros para no hacer nada. Como reclamo publicitario un eslogan, “si se entretiene le devolvemos su dinero”.
Ojito que meditar y aburrirse no es lo mismo. Meditar está bien visto. Aburrirse está mal visto porque asociamos aburrirnos a no ser productivos. Si el tiempo es oro, el tiempo perdido es estiércol.
Del aburrimiento profundo nace el ingenio, la ocurrencia y la búsqueda. No hace falta poner muchos ejemplos pero me da por pensar en el placer que supone juguetear con un instrumento musical. Acariciar las teclas de piano o buscar una aplicación para ir tocando algunas notas de manera infantil, sin técnica alguna, y descubrir que se puede conseguir que suenen algunos acordes y que es muy placentero. Si, como a mí, te gusta la percusión, no hay nada mejor que “ganar el tiempo” escuchando los distintos sonidos de un platillo turco Zyldjian (fundada en 1623) al rebotar en su campana o en su exterior, una baqueta de arce, de nogal o de roble, con punta de madera o plastificada escuchando la diferencia.
¿Seremos los hijos del baby boom los últimos que disfrutamos del aburrimiento? De chico el aburrimiento era una tortura tan solo superada por la siesta obligatoria. De aquellas siestas con los ojos como platos y el oído a la escucha del primer adulto que se levantaba añoro algunas de mis mejores fantasías.
Una tarde, ni recuerdo a quién se lo oí ni quién lo dijo, sería alguna madre a uno de sus chiquillos, que al decir “me aburro” le respondieron, hartos de la cantinela: ¡Pues si “Mea Burro” mejor dí “Pis Caballito”! Ingenioso, ¿no?