Forbes 35 / Julio – Agosto 2016
Yo también tuve, como tú, 30 días de vacaciones. Y como tú me tiré a bomba a celebrar que el anuario laboral era de once meses. Y como tú usé el mes para convertirme en lo que no soy. Me dejé barba de náufrago, me vestí con camisas hawaianas y recorrí el mundo en viajes a Oriente de más de 21 días, en aquellos años en los que cuando llamabas a casa para decir que estabas vivo cortabas la comunicación gritando: «¡Os dejo, que es conferencia!».
Hace casi 10 años que no disfruto de un mes seguido de vacaciones. Y no solo no me quejo sino que me parece justo. Desde que soy empresario, desde que soy editor, desde que arriesgué mi dinero para crear una editorial con la que dar rienda suelta a mis inquietudes profesionales ( como por ejemplo publicar Forbes), las vacaciones dependen de mi correo electrónico. Y mi correo electrónico depende de mis clientes (anunciantes). Y mis clientes, si son italianos paran tres semanas, pero si son americanos, paran en julio (y solo una semana). Y si son españoles, el 21 de agosto ya están aquí.
Así que lo peor que me puede pasar estas vacaciones no es una picadura de una medusa harta de que en una ribera del Mare Nostrum proliferen los beach clubs y en la otra los traficantes de seres humanos. Lo peor que me puede pasar es que el móvil decida darse un baño y se zambulla en el Mediterráneo, tal y como ha hecho los tres últimos años. Y os aseguro que la carrera de chanclas para buscar un móvil nuevo es un deporte de alto riesgo. Y el truco de meter el iPhone en un bote de arroz es … una serpiente de verano .