Forbes 11 / Marzo 2014
Propongo tomárselo en serio. Cuando un empresario (Arnault) deja que su diseñador de cabecera (Marc Jacobs) se gaste más de un millón de dólares en organizar un desfile que durapoco más de diez minutos. Piense usted un momento. Cuando al alcalde de la ciudad más importante del mundo (Nueva York) le cuentan que la Semana de la Moda que fundaron unas sindicalistas en 1941 deja más pasta en Manhattan (860 millones de dólares) que el US Open, es para apuntárselo. Cuando una ‘celebrity’ (Beyonce) puede llegar a cobrar la friolera de 100.000 dólares por sentarse menos de media hora, en un sitio diminuto, a ver la nueva colección de una marca global. La cosa no es cuestión de trapos.
Cuando un zapatero(Louboutin) pleitea por registrar el color rojo de la suela de sus zapatos. Cuando a los hermanos, propietarios de Chanel, y de los mejores criadores de caballos del mundo, no les hace mucha gracias que una publicación francesa desvele sus beneficios. Es que en el ‘backsta ge’, algo se cuece.
Cuando una modelo (Josephine Le Tutour) puede llegar a ser contratada para desfilar 23 veces en la misma ‘fashion week’. O cuando una ‘socialité’ (Zelda Kaplan) entra en la historia tras haber fallecido, con las botas puestas como hizo a sus 95 años en la primera fila de uno de los desfiles en 2012.
Cuando el español más rico del mundo (Amancio Ortega) y la española más rica del mundo, su hija (Sandra Ortega), impulsan el negocio inmobiliario mundial (Pontegadea) gracias a la revolución de su sistema de distribución, hay que pararse a pensar qué hay tras este negocio. Y lo que hay es una torre de Babel construida sobre un cimiento sencillo. La moda es uno de los pocos lenguajes universales, que si lo sabes manejar, te hace sentir seguro de ti mismo. Poderoso. Tu crees capaz de conseguir cualquier cosa. Podrías venderle arena a un bereber.