Si llevas mochila es que eres mochilero, un backpacker. Si viajas con Rimowa, más bien un pijo. Fez con Rimowa, la celebérrima maleta de aluminio alemana creada por Richard Morszeck Warenzeichen, cuya empresa ha sido comprada también por el magnate Bernard Arnault (640 millones de euros), es posible. Eso sí, atente a las consecuencias.
La Medina de Fez es el núcleo peatonal más grande del mundo. Si Manuela Carmena lo visita seguro que acaba peatonalizando el Barrio de Salamanca. No faltan porteadores en la Medina, pero no hay maleta que resista el ajetreo de unos “mozos” acostumbrados a arrear borricos para transportar las mercancías entre las callejuelas. Resultado: mi Rimowa llena de revistas es un bollo que a duras penas rueda.
Fez, con sus 1200 años de historia, es la ciudad que parió la primera universidad del mundo Al-Karaouine (859) antes que Cambridge (1209) y La Sorbona (1257). Para Fez la moda es un cosquilleo, como lo son los franceses y holandeses comprando riads para hacerse una casita y cuando no la usan alquilarla.
Tanto si te apetece correr la maratón de Fez que se celebrará el próximo 7 de enero, o si prefieres una visita más sedentaria te dejo algunas recomendaciones para disfrutar de la ciudad que vio nacer a la mujer del rey Mohamed VI (56), Lalla Salma (39), quizá la fasí más célebre del momento. Aprovecha la temporada alta porque cuando el sol aprieta Fez se adormece.
Fez al atardecer permanece en tinieblas. No hay contaminación lumínica. No hay derroches, ni pantallas de led. La Navidad en Fez es un eufemismo. La villa nueva colonial tiene poco interés. La ciudad vieja descansa tras el último canto del muyahidín en la penumbra. La terraza del Riad Fes, el único Relaix Chateaux de la ciudad es una atalaya perfecta. Cuatro patios unidos entre sí, uno para la piscina, garantizan la privacidad en pleno corazón de la ciudad. Nadie imagina el palacio que se esconde dentro, tan solo el vigilante de seguridad (quizá el único de la medina) da una pista que algo se cuece en el interior.
El Hotel Sahari, abierto en 2014 con cincuenta habitaciones, es el hotel boutique de la ciudad. Presume de ser el único destino para esa creciente tribu de viajeros que solo reservan en hospedajes firmados por Design hotels u otras cadenas similares. Si eres uno de esos, o el fragor de la medina te desgasta los nervios a final del día, te recomiendo su piscina rebosante con vistas a la ciudad. Si no te alojas allí al menos prueba a desayunar en la pequeña mesa que casi al borde de la pileta tiene las mejores vistas de los frondosos olivares que rodean Fez. Admite perros y el spa es de Givenchy. Un petit taxi desde el centro –dejándose “timar” por el conductor- son 20 dirhams (1,8 euros aprox).
Ya dentro de la ciudad vieja es imprescindible detenerse a disfrutar de la arquitectura de la escuela de teología Bou Inania. El sultán Bou Inan tardó siete años en acabarla entre 1350 y 1357. La visita cuesta 20 dirhams por persona, y es gratuita para los marroquíes, pero solo se puede pasar cuando no es hora de rezo. El blanco nata del mármol del suelo contrasta con las filigranas en yeso ya grisáceas por la humedad y las celosías restauradas en madera de cedro, el árbol local. Haz todas las fotos que puedas porque no venden ninguna guía, ni postales, ni recuerdos… ni siquiera te dan entrada cuando pagas. Esto es Marruecos “mon ami”.
La moda capilar de la ciudad es más bien dudosa. A pesar de eso en la misma calle de la madrasa me dejo cortar el pelo por Ab Delkader (no confundir con el Presidente de Unión Radio) cuya maestría con la tijera me emociona. Vestido con un mandil azul Tiffany (Pantone 1837), con su gorro de lana de Thinsulate puesto, en apenas 10 metros cuadrados Delkader (62) tiene un camastro y sus aperos para trasquilar personas. Me cuenta que la peluquería funciona hace 110 años. Que su padre la defendió durante cincuenta y que él lleva 40 años al frente. No tiene televisión. No me dejo recortar las cejas. Que bendición, tan solo la radio que suena con el delicioso murmullo del locutor en árabe. Tan solo distingo Habibi (querido)… De la barba también me doy mus.
Preside la peluquería una fotografía de Muhammad Ali. Ab Delkader me cuenta aún con brillo en los ojos que su padre le cortó el pelo al campeón y me saca el libro de firmas donde le escribo un pequeño cuento que se me ha ocurrido mientras sentía el rasurado de la navaja deslizarse junto a mi oreja derecha.
Ojalá nunca pierda Marruecos oficios y hombres como Delkader. Cortarme el pelo en la peluquería de Delkader está en mi lista de las mejores cosas que me han sucedido este año. Alá sea con él.
Cuenta el sabio que los jardines se cultivan para besarse. A juzgar por su belleza muchos besos han debido de darse en estos dos que te propongo visitar. Las 7 hectáreas del parque Jnan Sbil repleto de estudiantes que buscan el rumor de las palmeras para preparar oposiciones y el más pequeño pero delicioso Jardin Des Biehn, más conocido como Café Fez, un riad escondido en el centro de la medina, lleno de frutales, que es mitad casa del anticuario francés Michel Biehn, pensión y mitad café para turistas. La tienda de ropa de la palestina Nina Alami ( si quieres quedar con ella debes llamarla al móvil +212622148059) y su Artisan Project es una ventana al producto local pero… a precios occidentales.
Y claro, como no, los mochileros. Los que por el precio de una Rimowa son capaces de dar varias vueltas al mundo y aún les puede sobrar pasta. La tribu detectada por el matrimonio que inventó las Lonely Planet tiene como templo el Café Clock fundado por Mike Richardson, ex maitre de The Wolseley y The Ivy en Londres que hace tiempo se mudó a la ciudad. La extravagancia local es la hamburguesa de camello. Ni idea a lo que sabe. Mi curiosidad gastronómica tiene sus límites. El Café Clock ofrece una de las mejores vistas cenitales de una cocina en la medina. Lonely Planet nació para viajeros solitarios y ahora seguirla es lo menos parecido a viajar solo por el mundo.
Si buscas algo menos globalizado te recomiendo el horno de pan de la esquina, donde dos mujeres se dejan la vida siete días por semana amasando tortas de pan. Las dos mujeres me sonríen como solo sonríen los que nada temen.
Para descansar del trajín de la medina, donde las babuchas van perdiendo metros cuadrados frente a las Adidas falsas, un buen refugio es la chimenea del bar del Palais Amani, un oasis que crepita confort. Fez es frío al caer la noche y si llueve aún más. La visita más turística de la ciudad, la famosa postal de los tintoreros que trabajan en condiciones casi infrahumanas, agota. El Palais Amani con solo quince habitaciones permanece oculto en medio del barullo. Si no fuera por los chiquillos que me ayudan a encontrarlo a cambio de unos dírhams es casi imposible llegar. La chimenea del bar abraza al viajero tanto si apuesta por un Fasis Tonic (gin tonic con ginebra local 8 euros) o por un simple té moro con hierbabuena fresca. Si el lector llega antes de que anochezca le recomiendo un café en la terraza, donde divisará la verdadera vida en los terrados de la ciudad vieja donde la ropa interior al sol convive con el murmullo de fondo de motos y mercaderes.
No se marche si probar los dulces de la pastelería La Villa. Inolvidables. Y si tiene tiempo y le sobran perras una cena en Dar Roumana, el riad gourmet (solo cinco habitaciones) de la ciudad. Las dos mesas al lado de la chimenea son las más cotizadas. As-salamu-alaikum (que la paz sea contigo).