Hace no mucho, entre el clic de una fotografía y la sonrisa que te produce contemplarla pasaba un tiempo prudencial. Revelar costaba dinero. Tirar malas fotos costaba dinero. Quedar con una chica para ver las fotos del verano era motivo de ilusión.
Tienes en tus manos la primera portada de Esquire (¿sabes que tres de las portadas de Spainmedia están peleando por entrar entre las 10 mejores portadas de revista del mundo?) fotografiada con un teléfono. ¿Es eso importante? En mi opinión, lo trascendente es que la fotografía emocione. De eso sabemos un poco porque amo la fotografía e intento que las revistas que edito utilicen lo mejor de su lenguaje para establecer complicidad con los lectores.
Cualquier receta necesita primero una buena materia prima. Langui cumple los requisitos que necesito para entregar una portada. Me apetece mucho escucharle, creo que aprendería muchas cosas viendo el mundo a través de sus ojos. El teléfono Huawei lo tiene muy claro apostando por la óptica de Leica. Leica me cuenta entre sus acólitos con una Monochrome (digital), una M6 (papel), una M8 (digital), una digilux y una minilux zoom (papel).
Añoro los días en los que entre una fotografía y su visionado hacía falta reposar. A eso le llamo yo editar. A menudo, cuando fotografío a mis pequeños con mi teléfono, no les enseño la fotografía. Protestan por mi abuso de poder, acostumbrados a la vida inmediata, y cuando menos se lo esperan, ya con la fotografía elegida, borrada o editada, les sorprendo jugueteando con sus recuerdos del instante. Del instante decisivo.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez