Señores del jurado: Quisiera leerles este alegato en defensa del editor Larry Flynt, fallecido el pasado miércoles 10, con la esperanza de que su relación con la pornografía no le condene anticipadamente.
Permítanme que cite a The Washington Post que supo ponderar su vida al titular la noticia: Muere él pornógrafo y campeón a su manera de la primera enmienda. No cabe duda que Flynt vivió la vida a su manera -como a Sinatra le gustaba también vivirla, como supongo que a ustedes y al tribunal que lo juzga, le gusta también-. Flynt vivió su vida en los extremos, quiero decir, en unos extremos a los que la mayoría no nos acercamos, o al menos no nos acercamos siempre, o al menos no nos acercamos públicamente.
La “presentación abierta y cruda del sexo que busca producir excitación”, como la define la RAE, fue para Flynt una herramienta para proyectar su personalidad a través de la edición. Todo lo conseguido por Hugh Hefner: dinero, fama, éxito, sus campañas contra la prohibición del aborto, contra la legalización de la marihuana y derogar algunas leyes como la de la prohibición de la sodomía en algunos estados, o sacar la primera mujer de color en la portada de una revista –Jennifer Jackson– a Flynt le parecía poco. ¿Era poco? No, claro, era muchísimo, pero ya lo había conseguido Hefner. No lo había conseguido él.
La pornografía siempre ha vivido rodeada de doble moral, también de una doble moral política. Flynt era profundamente demócrata y Trump una de sus bestias pardas. Trump ha dejado para la historia frases vergonzantes como “Cuando eres una estrella, [las mujeres] te dejan hacerles cualquier cosa. Agarrarlas por el coño. Lo que sea”. Flynt, en esa obsesión suya por pagar por todo, ofreció 10 millones de dólares hace unos años por cualquier información que permitiese promover el impeachment contra Trump. La iniciativa no fue más allá.
En torno a la revista, Flynt edificó un imperio valorado en 400 millones de dólares. Publicó las primeras fotografías de Jackie Kennedy tomando el sol desnuda en Grecia en agosto de 1975, el mismo año que enviudó de Onassis –Interviú publicó al Rey Juan Carlos saltando en pelotas desde su barco años después-. Flynt pagó 18.000 dólares al paparazzi por aquellas fotos que no salieron en portada. Nacido en Kentucky, Flynt se miró a sí mismo y se dio cuenta de que era un buscavidas. Y de eso fue su vida, era un buscón en la acepción más quevediana del término.
Si para la cultura occidental el éxito es que uno de los mejores cineastas del mundo, Milos Forman, te filme tu biografía, Flynt triunfó. En la película, El Escándalo de Larry Flynt, aunque el título original es mejor, El Pueblo contra Larry Flynt, el espectador se encariña del personaje, y de su amor por Althea (interpretada por Courtney Love).
Para Edward Norton el papel de abogado de Flynt supuso la consolidación de su carrera. Seguro, señores del jurado, que si han visto la película habrán simpatizado con las miserias de Norton para defender a un Flynt que cada vez desbarraba más, precisamente porque tenía a Norton.
Me gustaría recordar que el propio cartel de la película con Woody Harrelson, el actor que interpreta a Flynt, crucificado y con un calzón con la bandera americana fue prohibido y sí, desde luego, su prohibición como todas las censuras hizo que más gente fuera a ver la película y se solidarizase con la vida de un editor del que nunca comprarían una de sus publicaciones. Si no la han visto, solicito a la sala me deje proyectarla antes de que se retiren a deliberar.
Si me permiten, les contaré que una noche de verano me crucé con Courtney Love en el majestuoso Grand Hotel du Cap-Ferrat. Invitado a la Gala de Elton John para recaudar fondos para luchar contra el sida, con un smoking prestado, sentado al lado de Mila Kunis, con el abusador Harvey Weinstein en escena, cuando me cansé de vida social, para evitar la hora de cola de limusinas que había padecido a la entrada, me marché a la francesa.
Caminando por el jardín, me crucé con Courtney Love, supongo que borracha, sola, medio vestida, tambaleante, y por un momento al cruzar la mirada, que fue fugaz, no supe si se me echaría encima y a mí, me tragaría la tierra, o seguiría de largo. Siguió de largo y recuerdo quedarme pensando en si el personaje de Althea en la película de Forman estaba clavado o “la Love” vivía siempre en estado tóxico. Antes de llegar al hotel, en la colina, me volví al menos un par de veces para ver la luna rielar en la mar y la figura, a punto del tropezón, de la actriz que se perdió entre los pinares.
La historia de Flynt queda plagada de juicios, demandas, titulares ofensivos y una retahíla de aberraciones que le hubieran condenado a la hoguera en el medievo. Pero señores del jurado, no estamos en la Edad Media. Vivimos y queremos vivir en una sociedad donde el derecho de cada cual a expresarse, a elegir sus límites, siempre y cuando no me obligue a asumirlos, no significa que constituyan norma, sino que definen la excepción.
Su mayor batalla legal fue contra el reverendo moralista Jerry Falwell, un evangelista televisivo que le pidió 45 millones de dólares en 1983 por publicar una parodia en la que le acusaba de haberse acostado con su madre. Flynt fue condenado a pagarle 200.000 dólares, pero ganó el juicio por libelo.
En el anecdotario final me gustaría que se fijaran en la portada que Esquire America le dedicó a Hugh Hefner, al que retrató leyendo Hustler, la revista de su competidor con el ceño fruncido, como diciendo: “Te estás pasando Larry”. A mí esta portada me sirvió para pedirle a Pedro J. que posase con El Mundo en plena batalla por su salida del diario, -“ahora no puedo, si quieres lo hago con el primer número de Diario 16”, y así hicimos. Tengo colgadas en el baño de la redacción las dos portadas en un mismo cuadro, la de Hefner con el Hustler y la de Pedro J. con su Diario 16.
Señores del jurado, Larry Flynt era grotesco, soez y en castizo “un tocapelotas”. Se casó cinco veces y sus tres primeros matrimonios acabaron en divorcio. Tuvo cinco hijos y una de ellas, Lisa, falleció en un accidente de tráfico. A mí también me molestaba. Su revista y su conducta. Pero les quiero dejar una pregunta, ¿los derechos civiles han progresado con su legado?
Si la respuesta es afirmativa, no sería más justo pedirle al The Washinton Post y a otros grandes volver a titular poniendo el acento en la primera enmienda. Algo así como “el hombre que consolidó la primera enmienda, con pornografía”. Su propuesta era burda pero solvente: “Si la primera enmienda protege a una escoria como yo, entonces les protegerá a ustedes, porque yo soy lo peor”.
Esta es mi defensa de Larry Flynt que murió de un infarto, fue tiroteado por su verdugo, que falleció antes que él y que le dejó postrado en una silla de ruedas que Flynt chapó en oro. Les dejo deliberar.