Para mí está claro. El sexo sin amor es como una cerveza sin gas. Si tienes mucha sed refresca, pero si puedes aguantar, espera un poco. No se me escapa que entre ‘sexo’ y ‘seso’ apenas hay una letra. Y cuando la sangre se altera, me lo recuerda el letrero del sexto piso cada vez que subo a casa y veo que la T se cayó y al portero le da vergüenza (torera) reponerla.
Apunto a lápiz en una libreta y tacho con firmeza lo que no he de contar. Los cien amores de Javier Krahe cantados en Abajo el alzheimer por Enrique Morente suenan de fondo. Y recurro a los tópicos que siempre funcionan. Una mujer recién levantada con una de tus camisas. El erotismo que Kubrick filmó en Eyes wide shut. Su Lolita. La lluvia
empapando a Scarlett Johansson frente a la mirada senil de Woody Allen. A Victoria Vera, a la que esta misma semana he visto en mi peluquería, de tinte hasta las trancas, pero con ese misterio que cultivan las ninfas.
En Esquire decidí que el sexo no sería el principal mensaje. Que a nadie le debía dar vergüenza dejar la revista en casa. Que sería una revista sin ambigüedad sexual. Y que disfrutaría siendo la revista masculina más leída por las mujeres.
Y en éstas, tiro de recuerdos. Aparecen los dos rombos. “¡Andrés, a la cama!”. Los bailes adolescentes bajo una bombilla roja, sonaba Stay de Jackson Browne. La gorda de Amarcord. La Loren haciendo gruñir a Mastroianni. La fila de los mancos en el Cine Estudio Groucho. Y me vienen a la cabeza las actrices del pillo de Benny Hill. El pecho de Sabrina brincando una Nochevieja. El careto de Tierno Galván ante la teta de Susana Estrada. El último tango. París. Los fardones de bar que presumían de consumir el porno del Plus sin codificar. La vulgaridad de los que cuentan sus hazañas sexuales al primero que les invita a un chato de vino. Las ataduras fotográficas del maestro Araki. La vida sin piernas de Larry Flynt. La Venus de Milo. Los diez minutos que el guionista de Juego de tronos intercala entre una mala carnicería y un buen polvo. La maja… (siempre) desnuda. Y el Jardín de las Delicias. Qué delicia.
De lo poco que he aprendido sé que el humor es el gran hacedor. La risa es la única llave maestra. Que Formentera es eléctrica. Que leer me resulta extremadamente sexy. Que es mejor sugerir que enseñar. Que el Mediterráneo es un buen caldo de cultivo para el amor. Que el sexo por obligación es tortura malaya. Que las encuestas sobre la vida sexual del españolito están patrocinadas por fabricantes de preservativos. Y por eso milito en la libertad, en la naturalidad y en el respeto. En que cada uno haga de su capa un sayo sin miedo ni hipocresía. Y así, entiendo el baile como el preámbulo. Porque el cortejo es sin duda mejor que el orgasmo. Y el cigarrito de después, aunque no fume, una broma estupenda para abrazarse. Y, si se tercia, lanzarse a los medios a dar otro pase (de pecho, por supuesto). Y así burlarse del ciclo de la vida y quererse, hasta reencarnarse en bichobola.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez