Devoro libros. Soy un tragón. Pero ha llegado el momento en el que los libros me van a comer a mí. Se vienen al baño, se bañan conmigo. Los de poesía me esperan en la ducha, no se por qué se ha reunidos todos allí. Primeras ediciones, repetidos, en castellano, en inglés, libros gigantes, diminutos, baratos y algún que otro de alto valor.
Libros de barcos, para niños, para adultos muy adultos, para niños que no saben leer. De moda, de jardinería (mi última obsesión), de fotografía (mis grandes amigos), sobre jazz (te recomiendo especialmente Cómo escuchar jazz, de Ted Giogia. Turner, 232 páginas), sobre toros (sí, los toros se leen), de espías, de nudos (mis favoritos también), alguna que otra pieza especial de mi amado Julio Cortázar. Los que edita Jorge Herralde, viejos ejemplares adquiridos al sol del membrillo de la Cuesta de Moyano editados por Lara padre para Planeta.
Libritos, libracos, ex libris, encuadernados a lomo, entelados, encuadernados con sobretapa para no perder la suya original, regalados, comprados, robados, “prestados”, recomprados una y tres veces, plastificados, sin leer, releídos… qué se yo. Todo está en los libros. Sin libros no sabría hacer revistas. No se si hay más hogar en mi cama o en la biblioteca.
Son muchos los que presumen de que no les dejarán nada a sus hijos. Los míos están jodidos porque tendrán quedecidir que hacer con la biblioteca. Y no es fácil. Pueden venderla al peso. Reunirse para coger cada uno algún que otro y después venderla al peso. Pueden dar una fiesta, invitar a todos mis deudos y después venderla al peso. Yo que ellos no lo haría. Cada libro tiene dentro una o varias hojas de papel, recortes, fotografías, apuntes o muescas incluso que conectan la historia del libro o el momento que llegó a la biblioteca con algún que otro lugar de la galaxia. Y se que en ese lugar oestás tú o vas a pasar pronto. Y que si te asomas aparecerás de repente en mi biblioteca o en la que se quede mis libros, mis décadas eligiendo que libro se queda y que libro se marchará.
Ya escribí alguna vez sobre esto. ¿Dónde van las bibliotecas cuando uno muere? No debería Bezos abrir una pestaña para los clientes más promiscuos y ofrecerles comprar la librería, aunque sea al peso. Vamos Jeff, anímate, que sin nos ayudas a hacer espacio te compraré más libros.
Artículo publicado en T Magazine por Andrés Rodríguez