Amo la política. Por eso casi no saco políticos en Esquire. Y como me gusta tanto, hace años que no la hago ni caso. Así que propongo expulsar a nuestros políticos al exilio mediático. Condenarlos al silencio. Lanzarles un hechizo y dejarlos mudos.
¿Te imaginas que la tele, la radio y los diarios no hiciesen ni puto caso a los políticos? Que el informativo, el viejo parte de aquella guerra, abriese a diario con lo que nos pasa a gente como tú o como yo. Más como tú y tu novia que como yo. Con que el barrio se está llenando de pobres, con la vida de los inmigrantes que cuidan de nuestros viejos o con que cruzamos los pasos de cebra martilleando el Line.
¿Te has dado cuenta de que hay políticos, elegidos para servirte a ti y a los tuyos, que cada día tienen que dar un titular? ¿Y que hay gente que trabaja días antes para preparárselo? A mí me parece que si cada día tienes que anunciar algo, hay un día que te lo inventas. Si cada día tienes que hablar de lo bien que lo haces, hay un día que te aproximas a la ficción. Si cada día debes decir lo mal que lo hace el otro, hay un día que ya no sabes ni lo que dices. Porque parece razonable pensar que ni uno lo hace todo bien, ni en el banco azul todo está mal. Si además las listas están cerradas, el sistema respira aire viciado. Y ahora míralo desde el lado de los medios, de los que estamos en medio, de los que median para que te llegue la información de manera objetiva. Hay compañeros obligados a encajar cada día el titular de un político hablando bien de sí mismo. O hablando mal del contrario. Hay días que antes de que comience el parte ya sabes lo que van a decir y casi el cómo.
No me cabe duda de que lo que persigue el sistema, me corrija McLuhan si exagero, es el aturdimiento, la borrachera de la audiencia y el atontamiento del votante. Y ahí la televisión reina, con su minutaje repartido en función de los votos obtenidos y demás pamplinas.
La crónica política, salvo excepciones honrosas a descubrir generalmente en el papel y en la blogosfera, ha convertido el reporterismo en propagandismo. Y no es el primer extranjero afincado en esta España que tan bien los acoge quien me susurra, con miedo a ofenderme, el rubor que le produce la parcialidad de nuestros medios. Para lo que propongo recordar, aunque deba tirarme al ruedo de espontáneo, que la propaganda es un arma de guerra y los samuráis del marketing la utilizan para que consumamos más. Así vivimos de cuatro en cuatro años, sin sentir a los políticos de cerca más que cuando quieren que les volvamos a elegir. Por eso salen poco en Esquire, casi nada, efemérides como la de JFK aparte. Y cuando el éter ya te tiene sedado, como a Jack Nicholson tras el electroshock en Alguien voló sobre el nido del cuco, es entonces cuando llegan los sucesos y la audiencia, el televidente, gente como tú y como yo, pierde el control de los esfínteres para recuperarlos con los deportes, que esos sí que tienen cosas que decir. De las luchas de Partido al… ¡Comienza el partido! ¡Atención… túnel de vestuarios! Suena el silbato.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez