El cuerpo, nuestra fascinante casa común (2)

Conviene saber cómo estamos. Del dónde nos encontramos, esa casa común que nos sostiene como homínidos erectos llamada cuerpo escribí una columna anterior del mismo título que esta, inspirada en el libro del simpático Bill Bryson El Cuerpo Humano (RBA, 512 páginas. 20 euros). Si el lector me lo permite le recomiendo leer las dos seguidas. La encontrará si la “googlea” (verbo aún no admitido por la RAE del que Fuencisla Clemares, directora general de Google España y Portugal, con la que hablé por Instagram esta semana, se siente más que orgullosa).

Tú y yo, y nuestros hijos, y también nuestros ex, nacemos con el cuerpo propio de los cazadores-recolectores, pero luego nos pasamos la vida en el sofá viendo la tele. Juanjo Millas (74) tiene ya listo un libro escrito a medias con Juan Luis Arsuaga (66) titulado La vida contada por un sapiens a un neanderthal. Se publicará en otoño y no hace falta explicar que la primera pregunta de las entrevistas promocionales será: “¿Quién es quién?”. ¿Tú que crees?

El libro es una ráfaga de anécdotas y verdades como puños de esas que te dejan turulato. Que si cuanto más rico es un país, más alergias sufren sus ciudadanos. Menudo titular para una portada de Forbes. “Nadie sabe porque ser rico resulta tan perjudicial”.

Bryson escribe que las calorías nos dan una medida de energía pero no nos aportan ningún dato sobre si el alimento ingerido es bueno o malo para nuestra salud; que masticamos poco porque hay algunos primates que se pasan hasta siete horas dale que te pego a la mandíbula (aquí no incluiría yo el silencioso bruxismo estresante); que cuando vomitamos le echamos la culpa a lo último que hemos comido pero probablemente sea culpa de lo que se ha comido antes de comer lo último; que moriremos si no dormimos, pero no sabemos qué es lo que nos mataría si esto sucede.

Que durante la fase REM el cuerpo, excepto el corazón y los pulmones, está inmovilizado probablemente para que no nos hagamos daño a nosotros mismos si tenemos una pesadilla; que debe haber relojes corporales no sólo en el cerebro, sino también en el páncreas, el hígado o los riñones; que los bebés bostezan en el útero; que un hombre estuvo sin dormir 264,4 horas -once días y 24 minutos; que una eyaculación media de 3 mililitros tiene el potencial de repoblar un país de tamaño mediano; que el adelanto de la edad a la que se tiene la primera menstruación tiene que ver con la alimentación.

Que parece magia que en el momento exacto del nacimiento los pulmones del bebé que están encharcados en líquido amniótico se drenen para proporcionar al nacido su primera respiración; que si te cortas un dedo los nervios pueden volver a crecer; que la mayoría de los cánceres no causan dolor en sus primeras etapas y por eso cuando duelen es frecuente llegar tarde.

Que el placebo sólo sirve para los humanos porque somos fácilmente sugestionables, y que aunque parezca que no sirve para mucho; que la agricultura nos hizo más débiles porque empobreció nuestra dieta; que quedan, al menos oficialmente, dos reservas de viruela en el mundo -una en Atlanta y otra en Rusia, y que ninguno de los dos países las ha destruido aunque se habían comprometido a hacerlo; que la tuberculosis prefiere a las clases bajas antes que a las altas; que como se te meta una lombriz de Guinea en el cuerpo puede alcanzar un metro de longitud y solo se la puede sacar a través de la piel cuando a ella le de por querer salir…

Bryson también le pone nombre a los villanos: en 1902 el químico alemán Vilhelm Normann inventó las grasas trans a base de aceites vegetales, para sustituir “de manera saludable” a la mantequilla. Y nos jodió la vida. O a Daniel Elmer Salmon, que estaría a medio camino entre los buenos y los malos porque descubrió la Salmonella, aunque fue en realidad su ayudante Theobald Smith, y Salmon se apropió el mérito.

Y pone nombre también a los salvadores, pero esos todos se ven opacados por el descubridor de la penicilina, el británico Alexander Fleming (1881-1955), a partir del hongo Penicillium notatum, al que deberíamos dedicarle en todos los pueblos al menos una calle. Fleming murió de un infarto agudo de miocardio. Ya sabe el lector que el miocardio es ese músculo del corazón que sufre si la persona que te gusta te deja en visto en el WhatsApp. 

Bryson nos recuerda que el dolor, aunque incómodo, molesto, nos salva y aunque a nadie nos guste, no hay nada más necesario para el cuerpo que el dolor, como avisador de problemas. No hace mucho escuché en Julia en la Onda a un doctor que cuando un paciente le visitaba y le decía: “Doctor me duele mucho”, el galeno le preguntaba: «¿Es este el dolor más agudo que ha tenido usted en su vida?», “ay no doctor…”. Entonces respecto a aquel, valore este dolor y vuelva a describirlo. En muchos aspectos, como escribe Bryson, “sentimos el dolor que esperamos sentir”.

Como dijo Rousseau. “La felicidad es una buena cuenta bancaria, un buen cocinero y una buena digestión”. Amén.

Artículo publicado en El Español por Andrés Rodríguez

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