“Me he vuelto viejo, con muchas arrugas (…), lo que es cierto es que ya voy notando los 41”, Francisco de Goya, fallecido a los 82.
“En el arrabal de la senectud”, como el poeta Jorge Manrique describe sus últimos años, el arquitecto Oscar Tusquets (79), humanista y Peter Pan, le entrega a Amazon un libro de pensamientos con un dibujo suyo del matador Juan Belmonte en la portada. Tras dos libros en el sello Acantilado, Tusquets regresa al abrazo de Herralde. “Telefoneo a Vallcorba –Jaume Vallcorba (1949-2014) editor de Acantilado– (…) Durante veinte años hemos hablado de la ilusión que nos haría publicar un libro mío en su prestigioso sello (…)”.
“Oscar me estoy muriendo”, contesta Vallcorba a Tusquets. “Ya nos tenéis a Eva y a mí presentándonos en casa con un Sauternes y unas pastas de Sacha. (…) No entramos en detalles, pero hablamos de cómo su profunda fe católica (no conozco a otra persona con una fe así) le está ayudando (…)”. Al despedirse, escribe el arquitecto, “soy consciente de que he vivido uno de los momentos trascendentes de mi vida, un momento de verdad triste, pero digno, estético, nada depresivo”.
La referencia 668 (apenas por dos no se ha quedado Tusquets con el número de la bestia) no son unas memorias completas, ni lo pretenden, porque ya en otros libros Tusquets fue desgranando lo vivido y lo que queda por vivir, son más bien unos pliegos de pensamientos respecto a los años que se acercan remando en el estanque dorado.
“Llegamos a una edad en la que las dos palabras que ansiamos oír no son “te quiero” sino “es benigno”. Ya se imagina el lector que la cita es del recurrente Woody Allen (85), apestado de masas, al que el tiempo ajusticiará en su talento, y no en la deplorable serie de HBO en la que Farrow lo crucifica con testimonios sacados de sus memorias en audiolibro.
Oscar enumera a lo largo de 174 páginas los crujidos de la vejez, el dormir mal -“A veces puedo soñar con algún antiguo amor, pero son muy pocas, la verdad”; su sordera que incomoda; las dificultades laborales a los setenta -“En plena ancianidad, para conseguir un encargo decente, nos vemos obligados a dar tumbos por aeropuertos del orbe”; los ochocientos mil suicidios que al año ocurren en el planeta; la profanación de la tumba de Dalí al salirle una supuesta hija ilegítima y otros ácidos brochazos relacionados con Caronte y su barcaza.
No puedo evitar acordarme de la prosa de Oliver Sacks cuando leo a Tusquets. Si en el catálogo de Anagrama Jorge Herralde los juntó a los dos, por algo sería. El vitalismo es compartido por ambos, como lo es su afición a la observación de casi cualquier cosa, y a un fatalismo ilustrado que se contagia y que empuja al carpe diem, no solo de lonchas de Joselito, sino de amores y vivencias. Ignoro si se conocieron, pero ya echo de menos un mano a mano entre Sacks y Tusquets, Tusquets y Sacks, que vaticino un bestseller imposible de estos tiempos en los que las segundas ediciones se despachan a partir de 3.000 ejemplares.
Oscar protesta con templanza por la vejez que se viene. Eva Blanch, diseñadora gráfica, fotógrafa y escritora, su compañera está presente en el libro, a su lado. La cita cuando habla de sus cuatro mujeres, y para evitar que el lector le acuse de mujeriego, justifica que con todas vivió una década y escribe una larga cambiada. “Los viejos verdes sin talento son un engorro”. Y cita al poeta Ramón Campoamor: “Las hijas de las madres que amé tanto, me besan hoy como si fuese un santo”.
Sobre el terreno tengo con Oscar una profunda amistad “profesional” y una prometedora amistad personal. Sé que admira mis revistas, como es lógico menos de lo que yo admiro una vida tan vivida, y su melena cana de senador mediterráneo. Que fuera elegido para posar como modelo en la campaña publicitaria de Uniqlo a España hizo crecer en mí una envidia que ahora confieso por escrito. Espero que Tadashi Yanai (72), el hombre más rico del Japón, le pagara como merece. Charlamos juntos en los primeros meses del Club Matador, en una serie de conferencias que moderé de manera egoísta, y desde entonces mantengo con Tusquets esa amistad que el AVE acerca.
La última vez que nos vimos lo invité a cenar en El Celler de Can Roca, junto a Rosa Montero, José Ángel Mañas, Carlos “Subterfuge” Galán y el incombustible Vicente Todolí. Oscar no había probado las maravillas de los Roca, que presentaban Raíces, un viaje impreso a la afinidad de sus proveedores escrito por Ignacio Medina, fotografiado por Sacha que tuve el honor de editar. La noche fue excelente y Joan y Pitu nos dejaron, como es costumbre, epatados en manos de la diosa Alka Seltzer.
Comparto con Oscar afición taurina y leo que tras la gesta de José Tomas (45), al cierre de la Monumental de Barcelona el 17 de junio de 2007 se reunió con el matador. “Aseveró que en la contienda el diestro tenía todas las ventajas respecto al toro (…), pero que tenía una sola, y obligatoria limitación: no podía mover los pies”, escribe el arquitecto, que de que no se le muevan las obras sabe mucho.
Cierra el autor su último libro sin despedirse porque le quedan muchas risas aún por compartir acudiendo a la Mar. La vela como metáfora del paso de la vida, siempre desde la mirada del arquitecto. “Navegar a vela no marea porque nos movemos en un plano, el definido por la arbolada y la quilla, no arbitrariamente en el espacio de tres dimensiones como el definido de algunas atormentantes atracciones de feria”.
Josep Pla escribió que envejecer significa pasar permanente frío y miedo a caerse. Y Allen remató, taciturno, sobre si merece la pena o no estirar la vejez: “Para vivir unos pocos días, y la mitad lloviendo”. Como dice la tonada de Romero San Juan (1948-2005): “Pasa la vida, pasa la vida, y no te das cuenta que has vivido, cuando, pasa la vida”.