El algoritmo es un jueputa. El algoritmo le dice al dueño del algoritmo qué es lo que te gusta, qué compras o qué miras pero no puedes comprar; el porno con que te desgastas, cuánto gastas, los cumples de tu madre y cuántos intereses te cobra el banco por pagar la visa tarde. El dueño del algoritmo cree tener una varita mágica para saberlo todo y, por eso, te pide permiso con una carta de letra pequeña, para que los gafotas no lleguemos a leerla, para que aceptes a golpe de click.
Es el mercado, amigo.
Todo se jode cuando el algoritmo sólo te pasa lo que quieres escuchar: la información placebo que te mantiene en tu zona confortable y no te sirve las espinacas ni las acelgas. Nadie habría comido acelgas si Control no nos hubiese dicho que no nos podíamos levantar de la mesa sin acabárnoslas. Las acelgas con bechamel son un manjar. Control es el apodo con el que el viejo maestro John le Carré bautiza en cada una de sus novelas de espías al espía de los espías.
Cuando Control y sus algoritmos te censuran por defecto lo que no quieres escuchar te conviertes en un pobre hombre, un consumidor programado para estar seguro de sí mismo que tan sólo consume lo que le proporciona placer inmediato (y ser un memo). Hemos pasado de la afinidad programática a la ignorancía 3.0.
Este algoritmo extremo, como Zuckerberg sabe bien, no nos hubiese dejado hacer la Transición, escuchar a los demás, respetar a las minorías y crecer como sociedad sobre las diferencias del otro. Llevamos cuarenta años juntos en este microclima, porque somos diferentes y nos escuchamos. ¿Cuánto tiempo más nos va a dejar el algoritmo, si sólo nos da de comer filete con patatas y ya no nos pregunta -si quiera- si queremos acelgas porque siempre, hemos hecho click en el NO? Podemos reformar la constitución, podemos cambiar al gobierno, (a este y al próximo), desconfiar de los nuestros, escuchar a los otros, dejar de votar, votarlo todo, manifestarnos, objetar, hacer campaña o quedarnos en la cama. Pero, por favor, prueben las acelgas, su amargor nos hará mejores personas, mejores ciudadanos. Dejen el algoritmo apagadito un rato.
Carta publicada en Man on the moon por Andrés Rodríguez