Hay días que uno querría dejar de ser un hombre. Y se lo plantea pero que muy en serio. A mí me pasa cuando se me cuela una galleta en el vaso de caféconleche y sumerjo el índice y el pulgar haciendo pinza y entonces se organiza un barrizal de chuparse los dedos. Me pasa también cuando voy de copiloto y se me escapa el pie derecho para frenar mientras conduces. Me pasa cuando se me quema la leche en el fondo del cazo y cuando veo la inmensa variedad de programas de temperatura de mi lavadora. Y sobre todo, cuando en septiembre, una mañana, tengo que volver a meter los pies dentro de unos zapatos cerrados.
Me pasa cuando me doy cuenta que no me acuerdo de las derivadas, cuando cierro la cortinilla del probador y escucho a la dependiente preguntarme al otro lado: ¿Le traigo una talla más?
Me pasa cuando tiro el Puk de la nueva tarjeta de crédito, a sabiendas de que un día lo buscaré, pero lo tiro en señal de protesta porque a mí lo que me gusta es el Punk y al Puk siempre le faltará una ene minúscula.
Me pasa cuando me siento minúsculo al ver a la señora de la esquina de tu casa, con la sonrisa de un crío, extendiendo la mano para que una limosna le explique en qué consiste el futuro.
Me gustaría dejar de ser un hombre cuando en la esquina de mi casa los mismos mendigos trabajan en comandita y se embetunan los pies descalzos para que los ricos que desayunan en la panadería de abajo compren un cachito de perdón celestial.
Me gustaría dejar de ser un hombre para saltar a la comba como las niñas del parque. Para estar en la fila de atrás de la clase de mis nanos y ver como se olvidan un día sí y otro también el jersey del uniforme (siempre dicen que quedó en el patio).
Pero hay días que no, que no quiero dejar de ser un hombre, sino más bien reinterpretar lo que eso significa. Días en los que me recuerdo lo que disfruto al editar esta revista. Hay días en los que quiero ser como soy. Días en los que me habría gustado escribir La ciudad y los perros y otros en los que ser un hombre es simplemente levantarme antes para hacerte el desayuno.
Y eso hago.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez