No hay semana de descanso para un ojo hambriento de novedades. El mirón es insaciable, todo lo mira. Limpio mis Moscot Lemtosh (desde 1915) y me pongo ciego de información: ya sea embobado ante la pantalla líquida o paseando mis Trickers (desde 1829) por las callejas infestadas de compradores navideños que confunden consumo y espiritualidad como si el misal y la Visa fuesen la misma palabra.
O a través de la ventanilla de uno de esos coches tintados con matrícula azul que ya pido por Auro Travel, más barato que Cabify señores, -lo cuentan los propios conductores- la aplicación del sevillano Rosauro Varo (40) y sus socios; o a lomos de mi Royal Enfield Bullet del 2011, me reconozco en las historietas de Ángel Sefija, el personaje creado por el dibujante y contertulio radiofónico Mauro Entrialgo (54). Mirar es gratis. Escribir columnas es casi gratis, pero, al menos, gratifica.
El ‘stories’ del todopoderoso Zuckerberg (35), programador, todo lo escupe. Solo el Dios de los romanos sabrá qué datos se guarda para sí. Veremos si en la próxima década el propietario de Facebook no acaba un día a la sombra y con la peor condena que hay, tener mal wifi. Esta semana le he visto el culete en blanco y negro -disculpe el lector- a la talentosa fotógrafa Rosa Copado. “New decade. New me”, rezaba su ‘auto pie de foto’.
Instagram en el Iphone Pro 11 Max (algo “max” de 250.000 pelas) corre que se las pela, y a uno le saltan al careto estas cosas y otras que me da rubor enumerar. También vi su crónica islandesa en la revista Glamour de este mes. Impreso todo es más elegante. “Print is not dead” es mi hashtag favorito de esta década, que se esfuma en funciones. Aún se habla en los mentideros del reenganche de Javier Pascual del Olmo como director general de Conde Nast Francia. ¡Que se preparen los gabachos a recortar gastos! ¡Si aquí sufrimos, sufrimos todos!, se escucha gritar en las redacciones.
Si Twitter lo carga el diablo, el ‘stories’ es como si Lucifer fuese de ‘speed’. Tras el teléfono, que me acompaña siempre al excusado no vaya a ser que me pierda, he sido testigo de los regalos navideños de todos los periodistas del «lifestyle». ¡Qué derroche! Los regalos de los y las periodistas de las revistas de moda en Navidad son el mejor termómetro del consumo. Si la marcas no venden nada, nada recibes. Si te untan es que hacen caja. Si hacen caja es que habrá publicidad en primavera, pero no deja de asombrarme. Si hacen más publicidad no significa que tu casa te unte, porque en medio se lo lleva Facebook y Google. Entiendo el agradecimiento virtual, pero me atrevo a recomendar que presumir de prebendas atenta contra dos principios: el del que menos tiene pero confía en la información que emites no debe sentirse un paria, y el de la deontología periodística. Hagámoslo mirar.
No todo lo mirado ha sido virtual esta semana. Poco, pero también levanto la mirada del teléfono. Embobado quedé el viernes ante el escaparate de las nuevas oficinas de Noho, la empresa de comunicación de Alicia Catalán, hija de Antonio claro, en el “barriete” pijo de Montesquinza donde “vecinean” Elena Foster (61), editora según Wikipedia, y Ouka Leele, poeta, según la misma fuente, fuente de todas las fuentes. Bárbara vive arriba en su ático bohemio. ¿Se pedirán la sal entre ellas?
Es el barrio naranja, no el naranja de Ciudadanos, sino el de las bolsas de Hermes, que ya prepara su asalto a la Plaza de Canalejas. Donde Hermes instala el buen vivir. En los arrabales de Montesquinza las bolsas naranja de Hermes se mueven con la misma soltura que las recicladas del Carrefour Market 24 horas, abierto en la Plaza de Lavapiés.
Me detuve también ante la belleza natural del mandarino del restaurante Hortensio, en el 5 de Marqués de Riscal, en la calle naranja del Bankinter de Mariló Dancausa (67), de los sueños de los hermanos Sandoval, de la antigua redacción de El Independiente de César Alonso de los Ríos en papel, y de las paellas de Riscal con sus granos de arroz amarillo y sus putas de postín y piel blanca. Y pensé que Madrid nada tiene que envidiarle al Nueva York de Cats. Los gatos somos los de aquí. Miau.