Despedida a ciegas

No sé dónde me llevan. Algo intuyo, pero me hago la tonta. Oigo a mi amiga chistarle a alguien nada más subir al avión. Me imagino lo que piensan de mí.

No sé dónde voy, pero sé cómo voy vestida. Llevo un tul del chino en la cabeza. No lo he comprado yo. A mí me pusieron hace tres horas una mascarilla y no veo nada. Sé que vamos ocho. Y que yo soy la protagonista porque me caso en el puente de mayo. 

No he puesto un duro para el fin de semana. Tampoco sabía que iba en avión, pero sé que me han recordado que llevase el DNI y esta mañana, ya a ciegas. La Tere se ha encargado de comprobar que el pasaporte también venía conmigo. Se lo ha quedado ella. 

Me agobia porque la Tere lo pierde todo. Una vez perdió a su chiquillo en Faunia. Si perdió a Toñín, seguro que pierde mi pasaporte. Espero que no lo despiste, que en mayo Julián y yo ya tenemos contratado el viaje de novios a Tailandia, y la embajada nos ha cobrado una pasta.

Han venido todas a casa esta mañana, me han puesto una camiseta que no sé lo que pone. Pero vamos, que me puedo imaginar alguna gamberrada, porque he visto en el Insta muchas de estas despedidas.

En la cintura, una riñonera. Me han dejado coger el tabaco al menos, y las tarjetas. La riñonera es mi toma de tierra. No veo nada. Bueno sí, un hilito de luz por lo bajo. Me querían poner los tapones esos naranjas que te dan en Air Europa para que no oyese nada, pero les he pedido que me dejen oír, que tengo otitis. 

Hablan en clave y no paran de reírse. Estoy incómoda. Todo esto es en mi honor, el Juli me pidió matrimonio porque ya hemos dado la entrada para el piso en La Gavia y yo quiero tener chavales. En el taller me han hecho fija y eso me da seguridad. 

Mientras le doy vueltas a todo tropiezo con el escalón del portal. Me meten en un Cabify, pero le piden al conductor que baje el volumen del navegador y que, por favor, no diga nada. Me ponen en el asiento de en medio. No sé quién lleva mi equipaje. Hace frio. Voy en chándal, con el tul, la riñonera, la camiseta, el antifaz, y de la mano. No me sueltan la mano.

La despedida de soltero del Julián es en el pueblo. Se van a juntar veinte amigos. Arranca el taxi. Dice que serán comilonas y discoteca. Espero que no se vayan de putas. Si van, no me lo van a decir, pero eso luego todo se sabe. No creo, Álex es muy buen tío, solo que cuando se juntan todos se ponen muy brutos. 

Estas no paran de reírse. Yo me rio también, pero con un poco de miedito. Nos vamos tres días, dos noches.

Llegamos. Debemos estar en el aeropuerto porque oigo familias atropellarse y un chirrido como de carritos. De vez en cuando me tapan las orejas con las manos. Sí, vamos a coger un avión, pero no sé a dónde. Espero que no sea muy lejos. 

Me compran un café y me lo dan con pajita. No me sueltan la mano. No sé cuánto tiempo esperamos. De vez en cuando le dicen a alguien que, por favor, no diga nada. Se parten de risa, yo creo que porque nos hemos encontrado a otro grupo de chicas que llevan a otra novia como yo. Lo sé porque se han puesto a contarse cómo lo han montado cada una, pero todo en clave. 

Me ponen delante de la otra y me dicen que la salude. 

-Hola… ¿Tú sabes dónde te llevan?

– Yo creo que a Cancún, porque he pedido una semana en el trabajo. 

¡Ay, madre, ay, madre! Me tiran de la mano y me sacan pronto de allí. Me arrastro como un oso. Sólo me faltan los grilletes.

Al caminar por el avión nos vacilan un par de hombres. No oigo bromas de mujeres. Me sientan y me siguen escoltando. Tengo la esperanza de que el comandante diga a dónde nos dirigimos, pero nada. Sólo comenta la duración. Una hora. Ya sé al menos que no vamos al Caribe. 

Aterrizamos, esperamos el equipaje, ya estoy toda engurruñada, el chándal descolocao, el tul que se me mueve, el antifaz me pica… Otro taxi y al hotel. 

No me dejan acercarme a la recepción. Subimos en un ascensor, a lo más alto, no sé, serán cuatro o cinco plantas. Me quitan el antifaz. La habitación es de colores. Como una discoteca, pero con cama. Estoy mareada. 

-Ya os vale, cabronas. 

«¡Ibizaaaa!», gritan todas a la vez, mientras me fríen a disparos con sus móviles. Debo estar saliendo como una payasa ciega. Estoy medio cegata. 

-Parad… Os quiero-, grito deslumbrada. Vaya locas. Se nota que me quieren y yo las quiero a ellas.

Fuera diluvia. ¿Qué ropa me habrán cogido? Voy corriendo al espejo, parezco una broma de mujer, un adefesio. Si me ve el Julián, no se casa, pero las quiero mucho porque se lo han currado. 

Ah, me olvidaba. Llevan unas pollas en la cabeza. Son tan buenas amigas.

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