Guetta, 51 años, de ascendencia sefardí y belga, musculado, sonriente, con gafas doradas de montura fina, acaba de aterrizar en Ibiza en un avión privado fletado desde Montenegro donde firmó su última sesión. Baja del coche y saluda brevemente al equipo de la discográfica y a sus ayudantes en la isla.
Guetta ha sido, y es, la estrella de Ibiza otra temporada más. Hay muchas otras, pero Guetta es Guetta y la familia Matutes, que esta semana de manera muy hábil han firmado el patrocinio del Real Madrid de baloncesto, lo sabe bien. En invierno lo será de nuevo en Las Vegas. Steve Wynn le paga en su hotel por pinchar EDM (Electronic Dance Music), la etiqueta con la que los americanos (que lo etiquetan todo) le definen. El tecno tiene muchos subgéneros y Guetta hace años que firma la música de baile para todos los públicos. Su espectáculo es una superproducción con un solo hombre en escena.
David Guetta es un atleta, no del tiro al plato sino un atleta de los platos. Aunque ya nadie usa platos. Pioneer debería meterse en el negocio de los USB (USP, USPioneer propongo así a bote pronto). David Guetta no bebe y no fuma, está separado y tiene pareja fija. No hay otra manera de mantenerse arriba. Me cuentan que ha bajado el ritmo, que llegó a pinchar en tres sitios distintos el mismo día. Me imagino que nadie le vería en los tres excepto su equipo personal. Pinchar en tres sitios el mismo día se parece a cuando el chef David Muñoz se iba a Japón y comía dos veces o incluso tres para poder probar todos los restaurantes. Muñoz y Guetta emplatan.
Me invitan a ver su sesión desde el escenario y lo veo subir los brazos como si se dedicase a la halterofilia. Es un paso de baile que mezcla la marcha militar, levantando las rodillas sin moverse del sitio, y la halterofilia imaginaria (como el air guitar de los heavies) que le gusta mucho a la audiencia. No le imitan mucho porque en la pista no hay sitio para aspavientos.
Dispara el comienzo del Sweet Dreams de Dave “Eurythmics” Stewart y el público responde obediente. Guetta tira de pop como cuando tiras de la anilla de una lata de refresco y no hay stop. El comienzo de Livin´On A Prayer de Bon Jovi hace arder la loseta del suelo. En el cielo cada quince minutos nos sobrevuela un avión comercial. El rugido de los motores parece un efecto mas de la sesión que hoy se transmite en directo a través de Sklive y Facebook Live. La responsable de la transmisión me enseña la señal, en este momento hay más de 4.000 personas conectadas escuchando lo mismo que yo ahora, pero detrás del escenario solo estamos cinco o seis.
Sobre el escenario David Guetta parece humano, desde abajo es una rock star, una music star, una show business star. El escenario te eleva, por eso está más alto. El escenario de Ushuaia está presidido por el logo de la marca con un colibrí, de manera muy hábil. No hay stories, ni selfie, ni Instagram que pueda hacer una foto de la sesión sin que se publique en redes la marca. Más de 10.000 móviles son la audiencia de hoy.
A menos de medio metro, escondido, un chambelán que es su hombre para todo, permanece sentado tras uno de los altavoces. Armado con un ipad (¡Madre mía! como se le marche el Wifi a ver la puesta de sol en Cala Gracioneta) y unos cascos a medio poner o a medio quitar, el ayuda de cámara está allí por si a Guetta le apetecen unos cheetos o si uno de los canales de la mesa de sonido abandonara el sonido estereofónico y le diera por pasarse a monoaural.
Detrás del escenario asomo la cabeza pero me da miedo que me vean y alguno de los fans me lance algo. Me imagino el breve en el Diario de Ibiza: “Mientras pincha David Guetta le rompen la jeta”, y me escondo rápido.
Creo que me he hecho colega del “técnico del humo”. Su trabajo es darle a un botón y disparar las mangueras de humo al personal de las primeras filas. Cuando aprieta el botón suena un “clack” y es increible que en medio de esa ensalada de decibelios y lúmenes uno pueda escuchar tan nítidamente un “clack” así. Me hago amigo de ese “clack”. Le sonrío todo lo que puedo y le pido que me deje tocar el botón. Pasa de mí y se enciende un cigarro. El hombre del humo fuma, no se si por gusto o por hacer bien su trabajo.
También se ocupa de la pirotécnica, cruzada, de abajo arriba, de arriba a abajo, pero eso parece que le gusta menos. Cuando la pirotécnica y el humo se juntan la audiencia que ha mejorado su cuerpo con siliconas varias se viene arriba, grita, baila, salta y se empalma; a los que mantienen su cuerpo sin prótesis alguna, estén tatuados (la mayoría) o aún no lo estén les pasa lo mismo. Más de 10.000 personas han pagado 60 euros para escuchar a Guetta durante dos horas, de 21.00 a 23.00, en Ushuaia. David Guetta, el atleta, mantiene el record de venta de tickets en fin de semana en Ibiza. Los viernes pincha en HI!, los lunes a la luz del día en Ushuahia. De viernes a lunes más de 17.000 tickets cada fin de semana de temporada. Jean-Guillaume Charvet, su amigo, su representante, su asesor, su cuidador, su “escolta” en este viaje que supone defenderse entre la élite de los disjockeys, está muy orgulloso. No es para menos.
Suena la rapsodía bohemia (¿es aún Ibiza bohemia? Claro que sí, pero solo en el norte) de Queen y la gente se vueve loca. Guetta usa el micrófono, baja el sonido, hace que cantes. También tira del solo más certero de la última década, el riff de bajo de Seven Nation Army de The White Stripes. Imposible no dejarse llevar. Los guiris enloquecen y por unos segundos Ushuahia, el invento que ha cambiado la vida club en Ibiza y la ha llevado a plena luz del día, se convierte en el escenario de una final de la Champions.
Cuando la audiencia se crece tira de merchandising: guantes con el dedo arriba, papelitos voladores, cintas de papel cebolla que se retuercen al anochecer, leds de colores en un tubo de poliespan con el nombre del discjockey… La seguridad es evidente, las gogos se cimbrean en las torres de altavoces para que en las habitaciones, y los de atrás lo escuchen bien. En medio una piscina con un grifo de esos fantasmas que echan agua sin tubería que los surta. Me cercioro de que es agua, pero parece dinero líquido. Hay mucha pasta hoy en juego en la sesión, no son sólo los tickets, son también las barras de bebidas (el vodka Belvedere, el Red Bull y el agua San Pellegrino pagan por tener la exclusiva de los reservados).
Guetta grita “Black Out” y todo se funde en negro. Son las once en punto. El sonido se apaga. El tipo de la máquina de humo sigue fumando y las gogos corren a desmaquillarse y todos a los camerinos a ver si pueden saludarle. En unos días pinchará en Gibraltar.