Me abrazan y siento que el mundo se detiene. ¿Se paró de verdad? O fue el corazón el que frenó. ¿Arrancará de nuevo en cuanto acelere como los carros que ahorran CO2?
¿Cuánto crees que dura un minuto? Ya no estoy seguro de que sean 60 segundos. Un minuto entre otros brazos hay veces que dura aún más que los ocho siglos que los árabes estuvieron enseñándonos a irrigar el campo. Un abrazo de esos te hace sentir un trilobite.
Este es el penúltimo número que edito y dirijo de Esquire, el contrato (a partir de ahora el tocho) que reguló la relación entre mis tripas y el casero de la marca incluso en caso de terremoto- expira. Qué curioso que expirar sea el antónimo de inspirar. Hay que estar inspirado para hacer una revista, así que se me ocurre que todos los contratos deberían, al menos una vez, incluir la palabra estertor.
La revista, el uno de octubre, tendrá nuevo casero, nuevos aires que se llevarán las telarañas y un nuevo equipo imaginándola (tres personas que trabajaban con nosotros nos han dejado porque han preferido una casa segura que vivir aquí al ritmo de la marejadilla).
¿Cuántos abrazos me quedan de vida? ¿Cuánta vida me queda por abrazar? Mucha, yo lo sé.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez