Imposible abarcar la Luna y su influencia en el formato de una columna, por muy digital que sea y no padezca las constricciones del papel. La astrónoma, astrofísica y educadora francesa Fatoumata Kébé (no confundir con la actriz y cantante maliense Fatoumata Diawara) publicó este jueves El libro de la Luna. Historias, Mitos y Leyendas. Me lo encontré por sorpresa debajo de mi almohada y desde entonces no he dejado de leerlo como buen lunático que soy. El libro lo edita mi amigo, Jan “Blackie Books” Martí. ¿Sabías que Jan, al menos hasta la última vez que hablé con él, no tiene WhatsApp? Lo que confirma que solo un lunático puede posicionar una nueva editorial sin WhatsApp. Mi admiración colega.
“Al principio todo estaba comprimido en un punto del espacio (…) hasta que ocurrió el Big Bang. Una onda sonora solo puede difundirse en un sólido, en un líquido o en el aire. En el espacio no hay aire, no hay ruido. El Big Bang tuvo lugar en medio del silencio”, explica Kébé. La expresión la acuñó el astrofísico inglés Fred Hoyle, es confusa, pero cuajó. “La propagación eterna de una onda a través de los medios de comunicación también es ensordecedora”.
La Luna, “Mensis” (de ahí vienen los meses) para los antiguos romanos, “Nannar” en sumerio, “Sin” para los asirios, “Atenea” para los griegos, me gusta más que el Sol. No olvido que somos, como escribe Kébé, agua y sol, pero del astro rey hay que protegerse, y de la Luna no. Al menos oficialmente. Nada se puede entender sin ella.
Los animales cazan en la sabana cuando hay poca Luna para no ser vistos, así que cuando hay Luna llena mejor aúllan… pero pasan hambre. El ciclo lunar coincide con el menstrual, los chinos quieren alcanzarla para revivir el mito, ya es hora de que una mujer la camine, quizá cuando esto suceda, la Luna sonría. La NASA ya ha seleccionado seis mujeres aspirantes.
Sin la Luna el eje de rotación de la Tierra (¿nuestro?, planeta que debería llamarse Agua porque los océanos ocupan el 71% de su superficie), cambiaría. Y con su cambio lo harían el clima y las temperaturas. En el ecuador el calor sería insoportable, en los polos volverían a reproducirse en masa los osos polares.
La Luna y su ingente representación gráfica. La primera selenografía, el primer registro topográfico de la Luna, se lo debemos a un astrónomo de Felipe IV, Langrenus. En 1647 se publicó el primer Atlas Lunar. La Luna y su influjo en la edición. “La Luna es el cementerio de los astrónomos”, decía Camille Flammarion, autor del best-seller Astronomía popular, uno de los primeros libros que publicó la editorial que lleva su apellido y que fue fundada por su hermano. Flammarion tiene un cráter lunar con su nombre en su honor. Me pido uno.
Mientras escribo suena, en un Beoplay A9, Moondance del abuelito Van Morrison, en su versión en directo grabada en San Francisco en 1994. Para coleccionar la portada del New York Times de esta semana con una fotografía naranja de Frisco envuelta en niebla y humo. Estoy intentando hacerme con una copia. Me encanta la voz de Maggie Reiley en Moonlight Shadow, del rarito Mike Oldfield. No sé por qué los Boomtown Rats cantaban “I Don’t like Mondays”, imagino que no se fijaron en que Monday es el Moonday, al que los italianos llaman Lunedi (el día de la luna) porque el domingo es el día del Sol, el Sunday. Luni en rumano, Dilluns en catalán.
La Luna y su ombligo al que la cantó Fito Cabrales y sus Fitipaldis, que ya tienen grabado el disco nuevo. Compré y me robaron el Moonwatch de Omega. Conozco de memoria todos los golpes de efecto de Frankie Sinatra en Fly me to the Moon. Incluso me gasté los cuartos en una revista que bauticé Man on The Moon y que solo edité un año. El bueno de Buenafuente la presentó en sociedad. Que sepa el respetable que reeditarla no es algo que descarte, lo que confirma claramente lo alunado que soy.
Mi fetichismo es creciente. Por supuesto, conservo el original editado en tela de Objetivo: La Luna de Tintín (Juventud). También me hice en Ebay con el póster original diseñado por el genial Buckmister Fuller, para la convocatoria de un picnic lunar organizado en Central Park con motivo de la llegada del hombre al satélite el 20 y 21 de julio de 1969. La Luna y la retransmisión de Hermida. Te echamos de menos Jesús, y lo sabes.
La Luna y la licantropía de Un hombre lobo americano en Londres. La Luna y la comida para astronautas. Cenando una noche en El Bulli me imaginé uno de ellos con alguno de los platos del lunático Ferrán. La Luna y el invento del velcro para que los astronautas se pudieran cerrar el traje. Nada de cremalleras, que se atascan. La Luna con el ojo atravesado por un cohete en la imaginación de George Méliès. La Luna que estará aquí cuando no esté, cuando no estén los míos; la Luna a la que solo le quedaba un pequeño gajo para desaparecer cuando falleció mi padre. La Luna tatuada con la estrella de David en la mano de Camarón, fotografiada por Alberto García Alix.
Hay días que estoy convencido que cuando la Luna decrece los selenitas van ocupando el espacio oscuro y que cuando se llena de luz solar y los océanos se mueven, vuelven a su escondrijo en la parte de atrás. Es frecuente que desempolve Dark Side Of The Moon (1973), me relaja, me encanta su sonido profundo, cercano, me ayuda a sentirme en mi hogar. La Luna tiene una cara oculta. Cuando decimos que alguien tiene una cara oculta lo hacemos de manera negativa, pero todo ha cambiado tanto. Ahora con la Covid si alguien te dice que es negativo, es positivo, y si alguien se declara positivo, te alejas.
Cada 7 de julio mientras nosotros celebramos San Fermín, propongo el año que viene celebrar dos de golpe, los japoneses organizan el Tanabata Matsuri, el festival de los amantes de las estrellas. ¿No has probado nunca a ver si te sale el Moonwalk de Michael Jackson? Es uno de los números favoritos de Pablo Motos. Te garantizo que dominarlo te convertirá en un selenita de pro.
La Luna, imposible atraparla en una columna, a la que la Tierra “castigó” para convertirla en satélite y la impidió ser planeta, se está alejando. ¿Se habrá aburrido de vernos? En la actualidad nos vigila desde 380.000 kilómetros, pero hace 4.500 millones de años nos miraba a tan solo 25.000 kilómetros. ¿Te imaginas una noche con la Luna llena, amarilla, diez veces más cerca? Como para dormirse.