Cierro los ojos e intento enumerar, tumbado en mi cama, algunas de las cosas que me dejé por el camino por cumplir mi sueño. Y me da por escribirlas.
En cinco años he ido a un montón de fiestas a las que me daba por culo ir. He besado a tanta gente (a los italianos, hombres incluidos, siempre al revés) que podría escribir un tratado de las conexiones entre el ósculo y las relaciones públicas. En este tiempo he tenido que ponerme la cara colorada y despedir compañeros. A algunos los hemos recuperado luego. A otros no les compensó el sacrificio. En cinco años, mi hermano pequeño sigue ahí conmigo, y mira que nos peleamos. Y mira lo que nos queremos. En cinco años he vuelto a vivir solo. Y no ha sido nada fácil. En cinco años tenía una niña y ahora tengo una mujercita y dos chicos que hacen los Cuadernos Rubio en el iPad.
En cinco años perdí el carné de conducir y lo volví a recuperar. En cinco años no me habría imaginado que me vería en un escaparate protagonizando la campaña de otoño de Cortefiel. En cinco años he recibido ofertas para publicar revistas que nunca habría imaginado editar; hace cinco un ejecutivo se descojonó en mi cara cuando le dije que quería ser editor y me llamó ‘don nadie’. ¡Vaya si lo soy! En cinco años tengo tantas canas en la barba como berrinches me ha costado este apasionante trabajo. En cinco años he visto cosas más allá de Orión. A mujeres agujereando a mano los ojales de las adoradas americanas de Brioni, y a los artesanos de Gucci enamorarse de una horma. En cinco años me siento tan empresario como periodista.
Creo no haber endurecido el corazón demasiado estos meses. En cinco años he perdido la paciencia y ya no puedo leer e-mails de más de cinco líneas. En cinco años he publicado 56 números de Esquire pero no sé por qué diablos no conservo la colección completa. Una noche me hice una foto con Tom Ford.
En cinco años, todavía no comprendo por qué si no estás en el front row de un desfile eres un paria, y si estás, aunque el culo no te quepa, eres alguien. En cinco años me han peloteado tantas veces que la misantropía no me es ajena.
En cinco años he visto desaparecer revistas a las que yo mismo idolatré. Y engrosar las listas del paro con periodistas que construyeron con su insomnio el mercado del estilo de vida masculino con el que tanto se nos llena la boca. Va por ellos. En cinco años podría haber estudiado otra carrera. Podría haber dado la vuelta al mundo navegando. Pero decidí vivir en la redacción (¿quieres visitarla?), y no me pesa haberlo hecho, porque aquí he sido, y aún soy, muy feliz.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez