Canción triste de un olivo viejo

El tiempo es lento cuando uno ha nacido olivo y vertiginoso cuando se es humano. El olivo (Olea Europaea) vigila la vida desde la pausada lentitud de su existencia y nosotros vamos corre que te corre pensando que no moriremos nunca. “Esto es Eivissa no tengas prisa” reza el eslogan del que el isleño presume en pegatinas de ventanilla de 2CV.

En el polvoriento hipódromo de Sant Jordi el tiempo se detiene cada sábado en el mercadillo más auténtico de la isla. Pareciera un puñado de perdedores que venden cachivaches pero son contadores de historias que eligen a los que saben escucharlas sin miedo a ensuciarse las manos de roña. Son las 8.30 de la mañana, ni siquiera los hippies ambulantes se han levantado. Aquí nadie quiere hacerse rico, aquí no se venden olivos. Los charter que sobrevuelan los cachivaches cada quince minutos apenas se enteran de qué va la vida.

El olivo ya no es solo el rey de las ensaladas, hace años que los mercaderes de las riberas del Mediterráneo y el Magreb comercializan sus arrugas, sus troncos reumáticos, en un intento de bendecir los nuevos jardines con su porte aristocrático.

Es triste verlos retorcidos en las cunetas de la carreteras a la espera de que un ricachón se fije en su silueta sinuosa y lo ponga en su jardín con una lámpara colgada para comprar el tiempo que no vivió. O eso cree él, claro. Compre un olivo “vecchio” y comprará tiempo” parece gritarle el vendedor a los pudientes impacientes. Y estos con el parné agujerando los bolsillos responden: “¿Y aquél?”, señalando al tronco que nadie puede abrazar…”¿A cuánto me lo vende?… ¿Agarrará? ¿Te gusta, cariño?… Te lo regalo por nuestro aniversario. Dicen que tiene doscientos años, nosotros ya llevamos cinco juntos”.

Comprar uno de estos olivos legendarios se parece mucho a la historia, verídica, de esta mejicana, de abolengo ella, que esta pasada primavera compró una casa en la calle Serrano para recibir en Madrid, pero con todos los libros de la biblioteca de la anterior propietaria que, sin dudarlo, vendió gustosa porque todo -los olivos, los columnistas y las bibliotecas- tienen un precio.

Solo las estrellas saben quién lo habrá arrancado, si tenía permiso al hacerlo; dónde fue capturado; con qué artes, si fueron buenas o malas; cuánto le pagarían por él al agricultor o al terrateniente y como habrá sido transportado: es frecuente verlos viajar en camión por la autovía perdiendo aceitunas. Es fácil verlos en los viveros atrapados por una bolsa de plástico enorme y azabache que aprisiona su cepellón, como aquellos zapatos de tortura que empequeñecían los pies de las geishas para evitar que se hiciesen mayores.

El olivo agarra siempre cuando se trasplanta y puede quedarse dormido muchos años sin perder un ápice de vida. Los ejemplares más viejos pueden alcanzar los cien mil euros, una cantidad insignificante con la que no se puede medir el tiempo, aunque el tiempo sea oro y el oro se compre al peso en las esquinas de los barrios más desfavorecidos. Aquí en Ibiza dicen que hay un olivo que ronda los mil años. En Portugal han catalogado uno con tres mil que ya daba aceitunas antes de que Jesucristo y sus discípulos cambiasen nuestra era.

Ahora se ha puesto de moda podarlo a lo bonsai. Que barbaridad. No compren los olivos podados así, no tiene ninguna gracia. No tiene nada que ver una poda de bonsai con con la poda de un olivo. Háganme caso: podar un olivo así es de muy mal gusto. Tener un olivo bonsai está permitido.

Aquí en Ibiza, en libertad, los mejores ejemplares descansan en la sinuosa carretera de San Mateo a Santa Inés. Su señorío ha visto desde lo alto florecer los almendros bajo la luna llena. Sus hojas ovaladas han visto pastores, (alguno queda), analfabetos y búhos, payeses y largartijas, cabras y fascistas, serpientes y modelos, aguiluchos y especuladores, qué sé yo. Construyo en mi tiempo libre un mapa personal de los mejores ejemplares del campo ibicenco pero permítanme no compartirlo. No es egoísmo, es prudencia.

Quim Planas, propietario de Vivers Planas en Pubol, fundada en 1935 por Joan Planas -jardinero de Dalí- me contó esta primavera en una fugaz visita a Pubol, regada con su propio aceite -cosecha el aceite de los olivos que luego vende- que ahora se venden muy bien olivos pequeños pero con tronco retorcido. ¿Por qué? “Muchos comercios quieren tener en la puerta un par de olivos viejos, legendarios, pero que se puedan meter dentro por la noche a la hora del cierre y por eso no pueden ser muy grandes, para que la maceta se pueda poner sobre un carro con ruedas. Vendo muchos de estos, mucho más que los viejos ejemplares”. Ahí los vi, retorcidos, pequeños, apenas de un metro y medio, listos para irse a vivir a la puerta de una tienda “eco-falso-friendly” y darle al consumidor buen rollo verde. Por unos dos mil euros el ejemplar. El carrito con ruedas que lo ponga el escaparatista.

Si les interesa el nuevo compromiso verde, estén atentos a las crónicas de Luis Rodríguez (hermano de este cronista), creativo publicitario, ex La Despensa y ex September, hace años bajo el pseudónimo Modern Gardener (@moderngardener) anda montando el primer festival verde de Madrid, Regadera Fest y es también el creador de la nueva campaña de comunicación de la Ibiza Preservation Found junto al ex Señora Rushmore Raul Cirujano. La IPF presenta el próximo 12 su cena anual para recaudar fondos en una noche de jazz y luna en Cala Bonita. Luis es también responsable del diseño de la campaña a pie de carretera para defender los erizos “Ibiza Drive Slow” que ya rula por la Pitiusa mayor.

Una recomendación gastro para finalizar, muy recomendable la nueva añada de Casas de Hualdo, el aceite que la Familia Ribera elabora en la almazara de El Carpio de Tajo en Toledo, el mejor descubrimiento de este verano. Eso es amar los olivos. No son los únicos. Somos muchos.

Artículo publicado en El Español por Andrés Rodríguez

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