El 11 de septiembre me despertaré en Manhattan. Me huelo que con resaca, porque pienso romperme la camisa y gastar suela hasta que amanezca. La noche previa, medio millar de invitados de todo el mundo medirán el ancho de sus pajaritas y alzarán sus copas en un brindis global por las bodas de platino de Esquire –en algún selecto lugar de la Gran Manzana– tras tres días de simposio con los diecisiete editores que en el mundo se despiertan con el man at his best entre ceja y ceja. No es moco de pavo. Mi padre acaba de cumplir 76 años. Y casi no se había destetado cuando la imprenta escupió el primer ejemplar de Esquire. A nadie hasta entonces se le había ocurrido que a los hombres les pudiesen interesar las revistas. La fiesta coincide con nuestro primer aniversario (octubre) y mi debut como editor. Y como no soy gran bebedor ya tengo dos buenos motivos para llevar alka seltzer en el equipaje de mano. También me llevaré en la maleta un par de ejemplares de este número que tienes entre manos para explicar a los colegas la historia de Benicio, que fue y vino como el mar de fondo. Hace un año, Esquire América propuso a Benicio del Toro una de esas ideas que nos hacen una revista diferente. El reto consistió en una sesión fotográfica en la que el actor lanzaba el logotipo de la revista al río de Los Ángeles y se pedía a los lectores que avisasen si encontraban la cabecera en alguno de los siete mares. Y apareció, vaya si apareció, flotando en el Pacífico (puedes verlo en esquire.com). En aquel tiempo, Benicio había decidido dejarse barba, meter pasta en la doble película de Steven Soderbergh y atreverse a encarnar al guerrillero Ernesto Guevara, más allá de su rotundo parecido físico. Un año después, Cannes lo ha elegido mejor actor por su papel en El argentino. Y un mes después se puso frente a las cámaras de Esquire España tras una noche de farra en el Rock in Rio (y 48 horas después de finalizar el rodaje de un nuevo Hombre Lobo con guión del autor de Seven). Frente a la grabadora, la literatura etílica de José Ángel Mañas, autor de Historias del Kronen. Un encuentro resacoso. Castro ha dicho que la película aún no ha la visto. Pero el mito del Che, el último icono de la izquierda global, hace tiempo que fue digerido por el marketing. De vuelta a Manhattan (donde el Comandante Guevara leyó su discurso más idealista e inocente ante las miradas incrédulas del aparato de las Naciones Unidas), digo yo que el Empire State debería buscar un color para la ocasión. ¿Qué tal el rojo y gualda? Aunque sea por los españoles, los penúltimos en llegar al Planeta Esquire. Me ofrezco a limpiar los ceniceros (como el alcalde Bloomberg prohibió hace tiempo fumar en NY y sé que no me mancharé mi esmoquin…). Brindad también los que os quedéis por aquí. Unos bocatas y un buen vino hacen milagros. Happy birthday, nena. Quedamos en el quiosco. Menuda resaca. Y eso que me fui el primero.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez