La muerte de Liliane Bettencourt (pag. 209) inspira estas letras. Hoy miles de mujeres en el mundo embadurnarán sus pieles para que el maquillaje las defienda de un mundo mucho más hostil para ellas que para nosotros.
El periodismo de obituarios se ha convertido, en estos tiempos de tsunami informativo, en un pequeño osasis de meditación sobre los nuestros. La vida de Liliane Henriette Charlotte Schueller, viuda de Bettencourt, ha sido fascinante y compleja; con logros y escándalos a la par (merece la pena investigar sobre ellos si preparas una novela y el libro Ugly Beauty de Ruth Brandon, editado por HarperCollins en 2011, es un buen lugar para empezar), bajo uno de esos peinados que solo las reinas europeas son capaces de defender año tras año.
Me habría gustado mucho conocerla. Enterarme de cuántos presidentes de Francia fueron a rondarla para que financiase sus campañas (Cuentan que Sarkozy lo hizo y con provecho) y también, claro, para convencerla de que se anunciase más en esta revista que busca ser tan atrevida como ella cuando tomó las riendas de L’Oréal en 1957 tras la muerte de su padre, que había fundado la firma cosmética en 1909. No sé por qué, pero en esta noche de jet lag me ha dado por pensar que al final de la conversación me daría una muestras gratuitas para la piel ya arrugada de mi santa madre.
Buen viaje, Liliane.
Carta publicada en L’Officiel por Andrés Rodríguez