Escribo a 495 kilómetros de donde duerme Greta. Respiro el mismo oxígeno y también el mismo CO2 que el olivo más viejo de la Península Ibérica, en la pequeña pedanía de Mouchão (Portugal). Tengo 54 años y veo mal. Él tiene 3.354 años y no ve nada, pero debe haber visto de todo.
Él Olea Europaea está hueco, y yo intento no dejar de tener vida interior. Creo que es más fácil para él resistirse que para mí al proceso de oxidación. Rodeado por un círculo de piedras que lo marcan como un ejemplar único, divisa desde sus cuatro metros o quizá cinco de alto, varias casas de construcción humilde encaladas con melocotoneros desnudos de hoja pero repletos de fruto, y naranjos en pleno esplendor.
Millones de tréboles mojados lo rodean con un manto verde esperanza. Su tronco está elevado algo más de un metro, donde siempre estuvo. Ha sido el terreno el que ha bajado, quizá para nivelarlo, qué sé yo, o para construir. Una gravilla simpática para los pies del visitante (no hay nadie hoy aquí para verlo) acompaña mis pisadas de un ligero crujido. Bajo el olivo milenario de Mouchão restos de plástico que el hombre, el turista, si es que el turista maleducado es hombre, ha abandonado. Cuando este olivo nació el plástico era ciencia ficción.
Su lado norte es robusto como los brazos de Espartaco, y se viste de musgo fresco; el lado sur esta hueco y puedes meterte dentro, de pie y en cuclillas. Me introduzco en su interior y soy el feto humano de un olivo sin nombre, que bien podría llamarse Matusalén, si es que el nombre de Matusalén se hubiese escrito alguna vez cuando este olivo brotó por primera vez. Ahora Matusalém (con M de marketing) es nombre de ron.
Dentro de su oquedad las tres o cuatro décadas que me quedan de vida si la naturaleza me es benévola parecen una cosquilla. Intuyo que éste sería un buen lugar para un último suspiro. Percibo su energía y creo rejuvenecer de estar allí. Me fotografío, aunque sé que una instantánea es lo contrario de lo que este árbol representa, bajo sus ramas. Arranco una aceituna -tiene miles-, diminuta, menor que un cacahuete, la aplasto y sale un liquido rojo, como el de un buen rioja, y me mancho las yemas de mis dedos como si fuese sangre.
Todos lo conocen como el Olivo del Mouchão. Un pequeño tablón pintado a mano te dice como llegar. Afortunadamente el olivo está fuera del centro del pueblo. ¡Que tontería! ¿Por qué iba a estar allí? Dudo que conozca a todos los vecinos. Hacen falta de cuatro a cinco personas con sus manos unidas para abrazar su perímetro que rondará los once metros. Si son niños, aún más.
Mouchão pertenece a Las Mouriscas, una freguesia (distrito administrativo menor que el concejo) de Abrantes con poco menos de 2.000 habitantes y un olivo que supera en 1.500 años al numero de vecinos que tienen como patrón a San Sebastiao. No muy lejos, al sur, el Tajo sigue su curso a Lisboa. Greta tardó diez hora en llegar en tren de Lisboa a Madrid. En Portugal les gusta ir despacio.
El método de datación de estos ejemplares ha sido inventado por el portugués José Luis Penetra Cerveirá Lousada de la UTAD (Universidad de Tras O Montes y Alto Douro) que se enfrentó al reto de medir la edad de un árbol cuyo tronco se ha quedado hueco. Lousada tardó cinco años en depurar su método pero tuvo suerte porque fue una época de gran construcción pública y se arrancaron muchos árboles con los que practicar. La medición de la edad de los árboles con el tronco completo, sin oquedades, se basa en la suma de circunferencias desde el primer anillo.
El problema residía en la medición de arboles cuyo tronco se ha ido ahuecando. El carbono 14 tampoco servía porque necesitaba, según Lousada, células más viejas. ¿Más viejas? Y a partir de los 150 años los olivos, y también los castaños, pierden su primera materia. Regenerarse es el verbo si uno quiere ser eterno.
La patente de Losada lleva el número 104183 y lo deja bien claro una inscripción a pie del olivo. A Lousada, el trabajo de encontrar un método de medición se lo encargó (por interés como es lógico) André Soares do Reis, dueño de Oliveiras Milenares, al que se le ocurrió que si pudiese certificar la edad sus compradores confiarían más en la venta.
El método, validado con una muestra de 600 ejemplares, ya se utiliza en distintos países. Para Lousada el secreto de esta longevidad reside en que estos ejemplares únicos no han sido nunca sometidos a injertos. Parece que el margen de error es de un 2%. El 2% del olivo de Mouchão es de 70 años, a la edad en la que mis huesos empezarán a correr riesgo de descalcificación. Portugal no prohíbe la venta de estos ejemplares.