Whisky en japonés se dice Suntory. No, no les estoy vendiendo nada. Es una posición de dominio, no una columna con intereses comerciales. ¿Se acuerdan del whisky que anunciaba Bill Murray en Lost in Translation? El planeta whisky se divide en cuatro grandes territorios. Los escoceses e irlandeses que usted conoce bien. Los canadienses con su destilería en Alberta. El whisky gringo (que ellos escriben whiskey con ‘e’) con destilerías en Kentucky (Makers Mark) y Tennesse (Jack Daniels) para el bourbon. ¿Sabias que el origen de este whiskey de maíz tiene que ver con el apellido borbón? Ya sabes, la colonización de la Luisiana. Y luego están los japoneses con sus destilerías en Yamakazi, Hakushu y Chita.
Te preguntarás cómo diablos los nipones han conseguido desplazar a los escoceses. Pues igual que levantaron el país tras la Segunda Guerra Mundial y en unas décadas conquistaron América con electrónica y coches baratos. En el ADN japonés están escritas a fuego las palabras tesón, constancia y perfección y yo añadiría competitividad feroz.
La destilería de Yamazaki en Kioto se ha convertido en un templo más. Los biógrafos de la casa cuentan que un boticario, Shinjiro Torii, dio fe de un brebaje medicinal y, harto de comprarlo, se puso a fabricarlo para tener más margen. Del amor al comercio nació el mejor whisky del mundo, maltas y blended (mezclado). Lo primero fue elegir un lugar para instalar la destilería y lo hizo en Yamakazi porque allí confluyen tres ríos con tres diferentes temperaturas en sus aguas. En la elaboración del whisky el agua es el ingrediente definitivo. El agua de esta zona es la mejor de todo el Japón y eso es mucho decir. En 1923 el señor Torii se bebió su primer whisky y me imagino que achispado se dijo: ¡»Hay que hacer más!».
A seis años de su centenario, la palabra clave para entender el día que los japoneses pusieron de muy mal humor a los escoceses se llama Suntory y son los dueños de Yamakazi. Y de muchas otras cosas. Suntory ha sido el año pasado la empresa con mejor reputación de Japón por encima, agárrense a los hielos de su copa, de Toyota, Panasonic, Honda, Nissan o los cerveceros Kirin. La lista la firman los gestores del índice Nikkei, vamos que no son sospechosos de haber sido comprados con cajas y cajas de malta.
Suntory, presidida por Takeshi Niimami, mantiene 38.000 empleados y es propietaria de más de 300 empresas en todo el mundo y una facturación anual de 24.000 millones. Su portfolio es tan amplio que lo mismo distribuye Schweppes en España (porque en Inglaterra es propiedad de Coca Cola), cosméticos, bodegas en Francia, que presume de uno de los mejores auditorios de Tokio o de tener la patente para cultivar rosas de color azul. ¿Podría interesarle al Partido Popular hablar con Suntory para contraprogramar la rosa roja del PSOE? Ahí te lo dejo, Pablo Casado.
Una visita a la sala de barricas es una bofetada a la mejor terapia antienvejecimiento. Emociona ver la primera barrica a 20.000 kilómetros de casa importada desde Cádiz porque los japoneses querían que su whisky envejeciese dentro de las barricas con madera de Jerez. Y es entonces cuando te enseñan las nuevas, las que acaban de rellenar y que volverán a abrir dentro de diez años y me da por pensar que entonces la barrica estará igual, el whisky soberbio y el que esto escribe diez años más seco. Así que para evitar venirme abajo me apalanco en la tienda de la destilería donde descubro el marketing japonés, que tiene a la venta solo aquí una añada especial a 12 euros la botella, -si, has leído bien- con un malta para bebedores coleccionistas. ¡Lo siento señol, solo una botela por pelsona!. ¡Banzai!