Vestido de chaleco amarillo de manifestante francés -ya no hace falta ponerse casco- visito el proyecto comercial y hotelero que transformará Madrid en apenas doce meses. Impresionante. Es fácil imaginarse su éxito.
Hace 20 días que las vallas que impedían el paso desaparecieron y parece que a los transeúntes -vecinos no parecen quedar muchos por la zona- los promotores (Villar Mir, con sus problemas en OHL y el fondo Mohari) les caen un poco mejor. El negocio es obvio. Qué suerte los que compraron por aquí hace un par de años.
El complejo es complejo. Hasta el metro hubo de detenerse con lo que eso afecta a la vida ciudadana. El nombre es muy difícil para un guiri. “Ca-na-le-tas”. Solo Dios, que habla hasta esperanto, sabe cómo lo pronunciarán los viajeros que ya se lo gastan con la American Express Black (que esa no te la regala Bankia) en Sloane Street y Montenapoleone. Yo creo que diran “Kei-nei-li-tas” o más simple… “Go to Four Seasons, please” al pesetas de turno o al conductor de Cabify que, los pobres, se pierden tanto que si vas de pasajero más te vale que vigiles o pensarás que te has dormido en el Circular. Los Uber no sé porqué pero casi no cuentan en ‘los madriles’ de los Naviluz.
El hotel Four Seasons, como el Mandarín Oriental que a España llegó de la mano de María Reig en el Paseo de Gracia, arrastran clientela propia por el mundo. Aquí el Mandarín lo llevará Monica Bel.
Los “pradistas” (militantes de Prada) se encontrarán lo que buscan, el primer nivel internacional. Para los chinos, tiendas sin aranceles y una “food floor”, planta para el papeo de nivel, que quiere estar a la altura del sótano de Harrods y del Takashimaya en Tokyo.
El nombre lo pondrá, quieren abrir en junio cerca de la fecha de apertura del Mandarín, el valiente Dani García, ya sin estrellas, que defenderá la terraza del hotel y seguro que da buen servicio a los áticos que se han vendido dentro de la ampliación. Me dicen que por el mejor han pagado diez millones de euros pero que la media esta en tres. Seguro que Dani abre una ruta gastro entre su Lobito de Mar, siempre lleno, y la “pequeña Caracas”, así llaman ya al nuevo Jorge Juan en el que se escuchan más acentos latinos que el seseo pijo del Barrio de Salamanca.
Lamela y su estudio han conservado todos los detalles, por protección y con gusto, del viejo edificio del Hispano Americano, nacido en 1900 y que verá cambiar la ciudad 120 años después con la tienda de Hermes como mascarón de proa.
Para finalizar dos nombres: los de Juan Pablo García Denis, director general, y el de César Glaría, ex Pepe Jeans London, como director de marketing que van a triunfar con el proyecto.
Acabo con un recuerdo a los propios del barrio, los que esperan a que el dueño del bar Stop traiga la tortilla con huevo de su casa antes de ir a los Yelmo; las meretrices que vigilan la calle; los duelos de Capas Seseña y al escenario del Café Central que vio gritar «¡gol!» a Tete Montoliu una noche que improvisaba a Cole Porter mientras escuchaba el Carrusel Deportivo y a su Barca.