Desengáñate. Tú has estado en África, aunque no hayas ido. Estuviste con las desgarradoras fotos de Sebastião Salgado (y las felices de Malick Sidibé), con los monos pintados de Miquel Barceló, con los acordes senegaleses de Yossou N’Dour y de Ali Farka Touré, con la mirada científica y colonizadora de National Geographic, con la sonrisa de Desmond Tutu, con los estribillos del Live Aid, con los documentales del Serengueti en La 2 (¡Dios, qué siestas!) y sobrevolándola en Memorias de África. Cómo hablar de África, y de su estilo, desde aquí, desde el confort, sin acordarse del albino Salif Keïta, de los esclavos que exportamos a Cuba y Nueva Orleáns, de las cenas en familia viendo como a Kunta Kinte le cortaban el pie, de Paul Simon, de Johnny Clegg y Savuka, de Peter Gabriel cantándole a Steve Biko, de cómo Haile Selassie tenía domesticado a Bob Marley, de Los dioses deben estar locos y de los bosquimanos del Delta del Okavango en Botswana (el país con más Sida del mundo) y vamos a dejarnos de hostias, de las pateras, de los reportajes en Interviú sobre el canibalismo de Bokassa, del bobalicón de King África, de los ocho siglos (más de doce generaciones) de cultura musulmana en España y de las parabólicas con las que siguen nuestro fútbol desde Tánger, la ciudad que parió a Bibi Andersen. Y más aristas: el apartheid, los deliciosos viñedos surafricanos, el dueño del grupo Richmond (IWC, Cartier… buenos amigos), los afrikaners, Rommel, Baden-Powell, Suazilandia y la poligamia de su rey… Miles de sueños. Aún no se edita Esquire en ningún país africano, pero esta revista se lee allí, al menos en Ceuta y Melilla que, manifestaciones aparte, pertenecen a África. Espero sus cartas de protesta.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez