El amor a los semejantes, eso y no otra cosa, es la filantropía, una “palabreja” áspera, críptica e impopular, que necesita que se la comunique mejor. Mucho mejor. En la mente de todos permanece fresco el momento en el que en las redes sociales se criticó con virulencia la donación a título personal de Amancio Ortega a nuestra sanidad pública. La sangre llegó hasta la campaña electoral que polarizó a los partidos a favor y en contra. Mientras que los de centro derecha y derecha defendían la donación, Podemos argumentó que menos filantropía y más pagar impuestos. Con la que está cayendo cualquiera se anima a hacerse filántropo. “Encima de dar dinero, te dan de hostias” me confiesa uno de los hombres más ricos de este país. Mal vamos.
El primer título de la colección Forbes Books, entelado en rústica, Filantropía y Progreso. Grandes filántropos del Siglo XXI lo explica en su contraportada, allí donde se la juegan los libros. “¿Que pasaría si las mujeres y los hombres más poderosos del mundo unieran fuerzas y acordaran destinar parte de sus multimillonarias fortunas a iniciativas, causas y proyectos con los que cambiar la realidad de manera determinante y, así, mejorar el planeta?”.
A continuación, algunos consejos para perderle el miedo a la filantropía porque urge elevar su aportación a nuestra sociedad, tan lejana de las arraigada tradición en países de cultura anglosajona.
Lo primero es perderle el miedo a la palabra. Si hace años que nos resulta familiar la ‘gastronomía’ hay que acostumbrarse a la filantropía. No hace tanto que a la gastronomía se la llamaba “el buen comer”. Y que un gastrónomo era un extravagante rico. La filantropía no es una limosna (dinero que se da a otro por caridad). La filantropía no es caridad (limosna que se entrega a los necesitados). La filantropía expresa el amor por la especie humana y es desinteresada. Y si no lo es, al menos, debe de parecerlo.
Nada de esconderse. Hay que airear hasta el último rincón del cuarto. Si la filantropía se esconde o se disfraza el efecto contagio desaparece. Sin efecto contagio la filantropía está condenada a desvanecerse con el filántropo. La filantropía necesita abrir las ventanas, airear las intenciones y poner negro sobre blanco los motivos, las exenciones fiscales si las hubiere y sobre todo los resultados. No basta con dar, hay que explicar en voz alta, el porqué y para que se da.
La filantropia religiosa no es ni mejor ni peor que la laica. Este axioma no precisa explicación alguna. Tampoco la confesión del que recibe importa. El que necesita, no necesita justiciar su necesidad, y obligarle a hacerlo es, en ocasiones, humillante. No lo olvidemos.
No hay que tener miedo a ser criticado. Dar no es un aval ante la crítica. La mayoría de las quejas son reacciones a la falta de comunicación. Aun voy más allá, las críticas, si son constructivas, pueden ayudar a mejorar la acción filantrópica.Tomarse al pie de la letra todo lo que se escucha en el patio de vecinos de las redes sociales es no saber distinguir entre las voces y los ecos. Dejar la filantropía de lado o llevarla al anonimato porque no escuchar “críticas”, no tiene sentido.
Provocar el efecto llamada. Un filántropo tiene que comprometer a otros. La iniciativa filantrópica de Warren Buffett comprometió a Bill Gates y a su mujer Melinda. Y estos a Zuckerberg y él lo hará con otros. La cadena cada vez se hace más fuerte. ¿A que esperan nuestros filántropos para comprometer a otros? Comprometerlos primero en privado y luego en público. No se olviden de anunciar el compromiso.
Comunicar a fondo los resultados. No solo hay que comunicar la cantidad que se dona cada año. La filantropía igual que una campaña publicitaria debería ser medible, tener un ROI (Return Of Investment). Un resultado satisfactorio, cuantificable, ayudará a otros a animarse. Un resultado con errores permitirá corregir el tiro y no desperdiciar dinero.
Dejar que los beneficiados se expliquen. Darles voz. Explicar como se sienten cuando reciben. Y también sus quejas cuando dejan de recibir. Recibir es más difícil que dar. Dar es un balsamo para el espíritu, recibir te recuerda, como una bofetada callejera, que eres un necesitado.
Hay que publicitar la filantropía. Sí, gritarlo a los cuatro vientos. Las donaciones anónimas no ayudan a los demás. El Padre Ángel, Ángel García Rodríguez (82), lo cuenta siempre. “No quiero donativos anónimos, los quiero públicos, con luz y taquígrafos”. Y aquí llega el siguiente punto: los creativos publicitarios acostumbran a poner su talento al servicio de las ONGs, normalmente para lucirse en concursos porque no suelen cobrar nada por ello. ¿Por qué, compañeros, no os ponéis a pensar para los filántropos? La combinación de filantropía y creatividad publicitaria me parece prometedora.
Además de editarlo firmo el prólogo del libro y permítame el paciente lector rescatar, para acabar, unas impresiones: dar es rejuvenecer, es celebrar, es convidar, es liberarse, es perder peso, es sonreir (por dentro). Dar es una de las palabras de tres letras más bonitas del castellano. En inglés se escribe “give”, pero eso ya son cuatro letras. Así que nos sacan una.