Cuidado con la historia amigo. El pirata que presumía de cien cañones por banda y que navegaba viento en popa a toda vela no había perdido el ojo en la batalla por una princesa. Quizá perdió la mano. Quizá quiso ser el capitán Garfi o que dibujó Disney en Peter Pan, pero el ojo no lo perdió así por una película de dibujos animados.
Los piratas se tapaban un ojo para tener cada uno de los dos acostumbrado a una luz. Como te lo cuento. Con el ojo libre podían escudriñar si el pabellón del galeón enemigo era de veras o falso, y con el ojo tapado eran capaces de bajar raudos a la oscuridad de la santabárbara a toda velocidad, entre las ratas que devoraban el grano, y deambular a oscuras, a veces con una sola pierna, porque la otra era de madera.
Los lectores de la EGB recordarán como yo los años en los que al cole venían compañeros con un ojo tapado por una gasa para ver si así, a oscuras, las dioptrías de uno y de otro se compensaban. No habían llegado entonces a parvulitos las gafas de colores. Qué penita daban.
Ésta es la primera portada que dedico a un pirata. Tenía ganas de fotografiarle a lo John Houston. Se llama Padilla. Iré a verle a Las Ventas, en el barrio que me vio nacer, una tarde de primavera. Y comparte con la piratería no las ganas de raptar doncellas y enterrar botines, sino el sentimiento de una vida al límite donde la sangre y el ron valen casi lo mismo.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez