A tres metros de José Tomás en Alicante

José Tomás, este domingo en la plaza de toros de Alicante.

En la ‘Taberna del Gourmet’, el mejor sitio para comer de este Alicante moderno, Geni Perramón San Román, la hija de Mari José San Román (Grupo Gourmet, Monastrell…) y de Pitu Perramón, el célebre portero de balonmano de la selección, más que caja ayer hizo un cajón grande. Ni siquiera tiene entradas. «¿No vas a ir?», pregunto. «¿Sabes cuánta gente tengo hoy para darles de cenar? A 300», me cuenta Geni con la sonrisa de la que sabe que su casa es el referente para los Sancho Panzas.

Pero acabará yendo. Le regala las entradas el proveedor de huevos. «Hoy va a arriesgar, me lo ha dicho el mozo de espadas», me dice el vendedor de huevos, que sigue a Tomás allá por donde va y que lleva una ropa para comer y poderse echar lamparones con las gambas y otra para vestirse para la corrida. Lo ha visto en Jaén, como yo, y me explica que allí los toros no fueron bien porque encajonaron a toros de diferentes ganaderías juntos y antes de la corrida se pelearon entre ellos.

Con la anécdota se viene arriba y de paso pone a caldo a Ada Colau casi me entrega un llavero de Vox. Espero que algún día la fiesta se despolitice porque la han hecho más daño los mítines que los malos toreros.

[Tres orejas, una aparatosa voltereta y salida a hombros de José Tomás en Alicante]

Entre coquinas y gambas de Denia disfruto catando rumores. Me cuentan que unos mejicanos han venido en avión para verle, que otros de Barcelona han cogido un avión privado para sentir el pellizco. A nadie le importa si son historias ciertas o no. A mí tampoco. Lo cierto es que los pijos no se acercaron a Alicante porque están veraneando en Instagram, y los forraos tampoco.

La reventa hizo su agosto y el lumpen levantino, que lo hay y es del bueno, intentó timar al pudiente de último minuto. La barrera fue de los aficionados y el callejón del equipo consistorial del Ayuntamiento de Alicante, que ya prepara las elecciones, vio en el toreo de Tomás un pistoletazo de campaña. Mario Sandoval, que dio de comer rabo de toro antes de la corrida y Andoni Luis Aduriz, con su camiseta ‘Y aquí cuando se dice ole’, que dijo el cantaor Manuel Molina, ejercían de celebrities. Aduriz y Sacha son los genuinos representantes en los fogones del mensaje textil con coña. Y la verdad es que siempre que los ves te ríes.

Cabizbajo, atornillado a los tablones del 2, José Tomás estira y mueve las piernas y desde mi barrera apenas a tres metros del maestro siento muy cerca el miedo y la responsabilidad. Tan cerca Tomás es más hombre que leyenda. Lo está pasando mal. Muy mal. Apostaría que no tanto por el próximo toro, ni porque el primero no cuajase, sino por ser el foco de atención. Tiene cuatro fotógrafos a menos de 50 centímetros constantemente disparando sobre cualquier posible mueca. La fotógrafa alemana Anya Bartels-Suermondt, autora del libro ‘Serenata de un amanecer’, con prologo de Joaquín Sabina, es la que más tiempo y más cerca está. Son amigos.

La leyenda la forja el pueblo y Tomás la alimenta con su tauromaquia que vive lejos del escalafón y la amplifica con una carácter esquivo, huraño en ocasiones

«¿Has visto esos pases…? Me he puesto a llorar» me dice entre el tercero y el cuarto como un alemán pronuncia la palabra ‘llorar’, con muchas erres al final. De los fotógrafos solo se libra cuando sale al ruedo. Siento que le gustaría que se le tragase la tierra, pero también que quiere torear. Va bien afeitado, con sus patillas recortadas a lo taurino y con una barba apretada de esas que serían capaces de encender una cerilla, como en aquel viejo anuncio del cowboy de Marlboro.

José Tomás se mueve lo menos posible. En el callejón y en el ruedo. Incluso cuando le revuelca el toro. Después de seguir su rostro durante un par de horas apenas una comisura de satisfacción durante la vuelta al ruedo tras las dos orejas del tercero y poco más. Ni siquiera cuando ‘los capitalistas’, el chino y el otro -que ahora llevan publicidad en sus camisetas azules-, le suben a hombros para que les suelte la paga, y le sacan por la puerta, José hace intención de sonreír.

Le pide al mozo de espadas con un gesto que le quite las zapatillas, y Tomás, descalzo y en hombros, se entrega a la paliza física y emocional de ser entregado a las masas. Algún hijo puta le arranca los machos de la chaquetilla con tal mala leche que el torero casi se da un costalazo. Se adivina en su rostro que le están jodiendo la fiesta, pero aguanta como aguantó el revolcón unos minutos antes. La escena parece el mordisco de un carroñero ante una presa muerta.

Pero José Tomás no está muerto, o quizá sí, porque está en la gloria, no él, no hoy, sino su toreo. El mozo se lleva las manoletinas con las que Tomás ha toreado para que alguien no las enmarque y las ponga en un bar, o las subaste en eBay.

Debe estar José hasta las narices de su leyenda de Tomás, pero él se lo ha buscado. La leyenda la forja el pueblo y Tomás la alimenta con su tauromaquia que vive lejos del escalafón y la amplifica con una carácter esquivo, huidizo, huraño en ocasiones, que a veces le protege y otras se debe volver contra sí cuando esté solo. Ser el psiquiatra de José Tomás debe dar para mas de dos películas.

Es el mejor torero vivo del momento. (…)  Siempre ofrece ese pase, esa muñeca, esa lentitud que devuelve a tu corazón aquel latido infantil

«Si hoy triunfa toreará en Nimes», me cuentan en las gradas. «Si no, hasta el año que viene». ¿Triunfó Tomás este domingo? Cuatro orejas, dos en el tercero es triunfar. ¿Irá a Nimes? No lo creo.

Salvador Boix, con su guayabera blanca y su pelo de senador, sonreía muy satisfecho tras la corrida, en el callejón era el hombre a felicitar porque le apodera en la distancia. En ningún momento se acercó al diestro a hablar con él. Tan sólo su mozo de espadas, el que le protegió las zapatillas cuando se lo echó a hombros el chino, estuvo a su lado, dándole agua para escupir, limpiándole la sangre de la barriga tras la cogida, y pasándole los trastos de matar. Calamaro andaba en Buenos Aires y se perdió las fotos y los pases.

José Tomás, este domingo en la plaza de toros de Alicante.

José Tomás, este domingo en la plaza de toros de Alicante. Andrés Rodríguez

Tomás nos hizo vibrar, sobre todo tras la cogida de la que pareció levantarse para susurrarle al astado quién mandaba allí. «Joder, parece que tiene que cogerle el toro para que le salga la mala leche», me cuenta Mikel ‘Mr. Testis’ Urmeneta, que ha viajado desde Pamplona para ver al de Galapagar. Sus pases después de la cogida apenas duran 45 segundos, pero visto al día siguiente aún emocionan.

Tomás tiró de oficio y nos recordó a los taurinos por qué no somos razonables. Es el mejor torero vivo del momento y mira que Roca ReyMorante, Talavante o El Juli, y que me perdonen los que no cito, son grandes. Pero José Tomás, que está muy lejos de ser lo que fue porque el toro lo ha corneado muchas veces, porque la edad pesa, porque la leyenda es insoportable, porque ya tiene dinero, porque no querrá morir… siempre ofrece, por mal que le salga el toro, ese pase, esa muñeca, esa lentitud que devuelve a tu corazón aquel latido infantil.

Ayer vi a Tomás resoplar -tiene el cuerpo cosido como muñequito- entre cada uno de los cuatro toros. Sentí la necesidad de echarle una capote y ayudarle a escapar de su propio triunfo. Por eso, cuando la segunda vez que brindó el toro al público la montera cayó boca abajo, el maestro fue a paso lento a darle la vuelta con la punta del capote, y como el gorro de torero se resistía a girar, tiró de punta de zapatilla hasta que la montera de forro azul miro hacía el cielo.

Y aquello me pareció un aviso de Apis de que el tiempo del Dios Tomás irá poco a poco languideciendo como una cepa vieja que con sabiduría entrega el mejor vino de la viña pero cada año da menos. Saborearlo es obligación de paladares finos y agradecidos.

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